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Aquella tarde de julio España volvía a llorar frente al televisor, sin consuelo posible al caer otra vez en los cuartos de final del Mundial, pero sobre todo por la manera de decir adiós en los malditos cuartos, por el codazo de Tasotti a Luis Enrique, el terrible fallo de Salinas ante Pagliuca, los condenados nervios, el fallo del árbitro y el imborrable gol de Roberto Baggio. Un partido grabado a fuego en la memoria colectiva de jugadores y aficionados durante catorce años, hasta que los chicos de Luis Aragonés comenzaron a reescribir la historia de la selección en una tanda de penaltis contra Italia.
De vuelta a Estados Unidos, a ese encuentro de Boston la selección española llegaba tan confiada como siempre -o más con Clemente a la cabeza- pero con un clima complicadísimo, rotas las relaciones del seleccionador con los periodistas. «Más que el partido, me preocupa lo que escribe la prensa. Sois el desánimo. No sé para que narices hablamos y hacemos ruedas de prensa», llegó a decir el técnico de Barakaldo antes del trascendental choque contra una Italia que se presentaba a la pelea desfondada después de haber eliminado a Nigeria en octavo de final sobre la bocina, prórroga incluida.
España contaba con un equipo notable, lejísimos claro de la actual generación, que se alimentaba sobre todo de jugadores del Barcelona de Johan Cruyff con los Zubizarreta, Goikoetxea, Guardiola, Bakero, Sergi, Julio Salinas y compañía, aunque el estilo de Clemente nada tenía que ver con el de los azulgrana. Aún así, España demostró tener capacidad para apostar por el toque en vez del juego directo -la forma elegante de hablar del pelotazo- en el empate del segundo partido del Mundial ante la temible Alemania, a la que superó en juego y ocasiones.
Las ilusiones por alcanzar la primera semifinal de un Mundial se dispararon ante aquel partido de Foxborough. Y aparecieron los nervios. España jugó acartonada la primera mitad, sin ritmo ni velocidad, hasta el punto de que la sacudida del gol de Dino Baggio apenas cambió el panorama. El cambio se fraguó en el descanso, cuando España se miró en el espejo para quitarse los complejos y jugar de tú a tú contra Italia en la segunda parte, inmenso el equipo con y sin el balón a través de una exhibición enorme de sacrificio. Había, en definitiva, mucho más fútbol que el manido pelotazo. A medida que España crecía, Italia se hacía cada vez más pequeña y el empate terminó por llegar con un disparo desde la frontal de Caminero.
La selección española, por fin, tocaba con los dedos las semifinales de un Mundial. Y el temporal no amainó para una Italia irreconocible, superada por el arrojo de los hombres de Clemente y obligada a dar un paso atrás. A siete minutos del noventa un balón en largo sorprendía a la defensa de Arrigo Sacchi, Julio Salinas se plantó solo contra Pagliuca y, con media España con los brazos ya en alto, al delantero se le apagó la luz y acabó echando el balón a los pies del portero. «Siempre recordaré este gol, ese fallo», dijo después del partido Salinas, que no se escondió ante los medios a pesar de su lamentable fallo. Italia, que sobrevivía en el alambre ante una España volcada que apuraba sus opciones antes de la prórroga, todavía tenía una bala guardada. Y la disparó nada menos en el minuto 87. Berti vio a la defensa española descolocada y puso un balón en largo que tocó magistralmente Signori hacia Roberto Baggio, que no se permitió el lujo de perdonar ante Zubizarreta.
Los últimos minutos resultaron un drama, con España a la desesperada para lempatar de nuevo el partido. En esas llegó un centro desde la derecha de Goikoetxea que viajó hacia el segundo palo, pero Luis Enrique no apareció: estaba en el suelo por culpa de un evidente codazo de Mauro Tassotti que le fracturó la nariz. El árbitro del encuentro, Sandor Puhl, considerado uno de lo mejores de la época y seleccionado para dirigir días después la final, no vio la agresión para desesperación de todo un país y especialmente de Luis Enrique, desatado por la rabia de vivir en primera persona una de las eliminaciones más injustas de España en un Mundial. Y eso no es poco. Aquel codazo se convertiría en la imagen de la maldición española de los cuartos de final para toda una generación y, además, fue la primera vez que la FIFA utilizó el vídeo para castigar de oficio a un jugador: Tasotti fue sancionado con siete partidos de suspensión y jamás volvió a vestir la camiseta de Italia. La venganza de España se sirvió fría, catorce años después en Viena, pero marcó el inicio del mayor ciclo de éxitos de una selección que todavía quiere elevar su techo en Brasil.
https://www.youtube.com/watch?v=NNzN0qJsN4s
Victor Pérez
Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Fundador de FIFAChampions y administrador de El Fútbol es Injusto
Primer día del mes de junio del año 1986. La familia entera reunida junto a aquellos televisores de infinitas dimensiones y definición reducida. Daba igual. Jugábamos contra Brasil. Los más viejos del lugar abrasaban los tímpanos de los más benjamines con el nombre de Cardeñosa y su ridículo fallo ante la canarinha en el Mundial del 78. Los nuestros, querían revancha. La necesitaban.
Tras ver como volaba el título Europeo dos años atrás bajo las axilas de Arconada, aquel día, Miguel Muñoz alineaba un equipo repleto de gladiadores para contener los bailes y magia brasileños. Zubi, Tomás, Goiko, Maceda, Camacho, Julio Alberto, Víctor, Francisco, Míchel, Butragueño y Julio Salinas. Y a fe, que le dio resultado. Con mis 12 añitos inocentes recuerdo vibrar junto a mi progenitor empujando a nuestra selección desde aquel viejo sofá de “skay” que tantos nietos había visto pulular.
Cada oportunidad errada, el fantasma del viejo Cardeñosa volvía a aparecer. Y mi cerebro en desarrollo se preguntaba una y otra vez quién sería. Nunca lo olvidaría. Tras un córner en el Estadio Jalisco de Guadalajara, el balón llegaba en la frontal del área a Míchel que controlaba con el pecho y tras dejarla botar, empalaba un latigazo que iba directo a la escuadra de Carlos. Todos sabemos qué sucedió. “La bola, entró“. Sin duda alguna. Pero el colegiado australiano Chris Bambridge, acostumbrado a otro tipo de fútbol, decidió hacerse el aborigen y dejar seguir la jugada.
Los gritos, insultos, improperios, maldiciones y la más triste desesperación se apoderaban de todos y cada uno de los hogares que comprobábamos cómo a España se le estaba privando de un resultado, probablemente, histórico. No acabaría ahí la injusticia hacia los nuestros en aquel encuentro. Sócrates nos daría la puntilla en el minuto 62 en un claro fuera de juego y con, si cabía, más sorna: el balón era rechazado también por el travesaño y caía a la cabeza del taconeador por excelencia. “En línea“, sí, pero en aquellos tiempos significaba FUERA DE JUEGO. 1-0, y a lamentarse.
La historia se cebaba con “La Furia“. “Lo peor de esto, es la cara de tonto que se te queda“, fue la expresión junto con “Jugamos como nunca y perdemos como siempre“, que toda una generación arrastró en distintas ocasiones hasta que un buen día decidimos bailar el triunfo de un estilo al ritmo del “Waka Waka“.
Sí, el Fútbol es Injusto, a veces. Pero suele devolverte lo que un día te quita.
¿Por qué no un “Maracanazo” este verano?
https://www.youtube.com/watch?v=BYCwnaqHVpE
Javier Ferrer
Murcianico, "pater familias", abogado de a pie, amante del deporte rey y de mi "gente", del mar, la cocina y el cine. Autor de eldisparatedejavi.com y, en mis ratos libres, cronista aficionado. Si me preguntas quién fue el mejor de todos los tiempos, te responderé sin pestañear: Diego Armando Maradona ;) Eso sí, siempre con un poquito de "mala leche".
Pasó el milagro. Lo que parecía difícil, casi imposible, ocurrió. Si fue o no una injusticia, nunca lo sabremos. Quizás sirva hacer una descripción para saber lo que aconteció ese día de invierno.
En la noche del 21 de junio de 1978 en la ciudad argentina de Rosario se respiraba tensión. Se estaba definiendo el mundial de fútbol y en el Grupo B todo se resolvería por diferencia de gol. Los contendientes que pugnaban por llegar a la final del campeonato eran dos, los clásicos rivales: Argentina y Brasil. La verdeamarelha ya había hecho lo que le tocaba. A las 16.45 venció por 3 a 1 a la selección polaca y quedó momentáneamente en la punta. El esquema clasificatorio de aquel Mundial no es el mismo que el de ahora: había cuatro grupos de los cuales las dos mejores selecciones clasificadas formaban dos grupos finales; los primeros de cada uno de ellos jugaba la final por el campeonato del mundo. Brasil había ganado su partido a Polonia y quedó como líder del Grupo B con 5 puntos y una diferencia de gol de +5. Argentina, que jugaba contra Perú dos horas más tarde, tenía 3 puntos y una diferencia de gol de +2. La selección local necesitaba hacer un mínimo de cuatro goles para acceder a la final, tarea que se presentaba difícil.
Las especulaciones sobre esa noche comienzan aquí y con varios condimentos. Para empezar, Argentina era anfitriona de la Copa del Mundo. Desde 1976, el país era gobernado por una dictatura militar, la más sangrienta de toda su historia. Havelange, titular de la FIFA, tenía una excelente relación con la Junta Militar de Argentina. Por otro lado, la selección de Perú llegaba sin chances de clasificarse. Esto invitaba a hacer cualquier tipo de especulación.
Los primeros 20 minutos del partido fueron parejos. Sobre el minuto 21 el goleador argentino, Mario Kempes, convirtió el 1 a 0; desde allí, Perú bajó muchísimo su rendimiento. Podrá entenderse debido a extrañas razones, o quizás absolutamente desmotivada sin la posibilidad de alcanzar algún logro en ese mundial. Argentina se iría al descanso 2 a 0; sólo necesitaba un tanto más para alcanzar a Brasil. El segundo tiempo sería casi un entrenamiento. En cinco minutos Argentina ya ganaba 4 a 0. El marcador finalizaría 6 a 0, los locales se clasificarían a la final de la Copa del Mundo, donde vencerían a Holanda logrando su primer título mundial. ¿Injusto? Raro por lo menos.
https://www.youtube.com/watch?v=Tpzwg8DTSzo
Matias Rodriguez F.
Hincha de River Plate. Periodismo en ETER. Historia (UBA). Me lees en @elpezdigital y en @Futbolesinjusto.
Corría un 30 de Julio de 1966 en Wembley, Londres. Los anfitriones, de la mano de Bobby Charlton, se plantaban en la final tras quedar primeros de grupo para después eliminar a Argentina en cuartos y a la todopoderosa Portugal de Eusebio en semifinales. Hasta 9 goles marcó en aquella edición el delantero portugués. Pero fueron insuficientes para hacer campeona a su selección, que tuvo que conformarse con un tercer puesto ganándole la final de consolación a la Unión Soviética liderada por Lev Yashin.
En el otro lado esperaba la Alemania Federal, que también quedó primera de grupo y posteriormente había eliminado a Uruguay en cuartos y a la ya nombrada Unión Soviética en semifinales. Por aquel entonces era el menudo delantero Uwe Seeler quien capitaneaba a la Die Nationalelf. Un equipo donde ya jugaba un joven Franz Beckenbauer, titular en el centro de la zaga con tan solo 21 años y que marcó 4 goles durante el campeonato.
La final se presentaba con un gran espectáculo futbolístico, dos grandes selecciones europeas se enfrentaban cara a cara en el mágico Wembley. Alemania había ganado su primer Mundial (y por aquel entonces único) 12 años atrás en Suiza y querían revalidarlo ante una Inglaterra que llegaba por primera vez a una final.
La final no defraudó lo más mínimo. Helmut Haller, máximo goleador de aquel Mundial para los suyos con 6 tantos, adelantó a los alemanes a los 12 minutos, pero en el 18 empató Geoff Hurst, el hombre de aquella final sin duda. En el 78, Martin Peters desataba la locura en Londres con un gol que daba el título a los anfitriones, pero Wolfgang Weber empató en el 89. El mazazo fue terrible, y Alemania llegaba mucho más motivada a la prórroga con el gol in extremis del defensa del Koln.
Ya en la prórroga llegó el lío. Justo pasaba el minuto 100 de partido. En ese momento nació lo que hoy en día conocemos como “gol fantasma”. Alan Ball, el 7 de los three lions, se sacó un centro desde la banda derecha que bajó de manera sensacional Hurst dentro del área, con el 10 a la espalda, y se revolvió para enchufar el derechazo de su vida. El balón se estrelló en el larguero y botó en la misma línea de gol. Roger Hunt, que andaba por ahí en busca del rechace, ni se molestó en ir a por el balón y asegurarse que entraba, lo celebró teniendo claro que había sido gol. Pero el árbitro no lo tenía nada claro y rápidamente se dirigió hacia el asistente. Un simple linier que iba a cambiar la historia de todo un país. 96.924 espectadores en Wembley con el corazón en un puño esperando el veredicto de aquel juez de línea, nunca mejor dicho. Y Tofik Bakhramov dijo sí. Aquel linier azerbaiyano se convirtió en un mito en la historia de la selección inglesa de fútbol al concederle el 3-2 a Hurst ante las quejas de los alemanes. Ya en el último minuto de la prórroga, el propio Geoff Hurst puso la guinda al pastel con el 4-2 definitivo para los ingleses convirtiéndose en el único jugador hasta el momento en haber marcado un hat trick en una final de la Copa Mundial de Fútbol.
En aquel campeonato, podemos decir sin duda que el fútbol fue injusto para Alemania Federal, que vio como un linier le “regalaba” el gol de la victoria a los ingleses concediendo como legal un balón que nunca entró.
https://www.youtube.com/watch?v=0Uhe_l1h3w8
Nacho Fariñas Ribes
1993. Estudiante de Periodismo en @FCBlanquerna. Columnista en @Futbolesinjusto y redactor en @ISMagazine_. También Premier en @EPL_es y @Tercerequipo. Radio cada sábado al mediodía con @minaminuto.
Hasta la época dorada actual, el único título relevante en categoría absoluta de que podía presumir el fútbol español, era la Eurocopa de 1964. Por estas extrañas (o injustas) cosas que tiene el fútbol, esa misma generación fracasó estrepitosamente en el Mundial anterior, el de Chile 62. Cierto es que le tocó en suerte un grupo en el que estaban Brasil y Checoslovaquia que serían, a la postre, campeón y subcampeón, respectivamente, y que extrañas circunstancias concurrieron, especialmente, en el partido ante Brasil, pero el hecho es que España se volvió a casa tras la primera fase y como última de grupo.
Una única –y pírrica- victoria ante México fue nuestro único bagaje. Lo demás, derrota por 1 a 0 ante Checoslovaquia y por 2 a 1 ante Brasil, aunque este partido demuestra lo injusto que es el fútbol a veces. España logró adelantarse en el marcador en el primer tiempo y, mediado la segunda parte, hay una doble jugada que pudo haber cambiado el rumbo del partido: Primeramente, un penalty claro a favor de España que el árbitro sacó fuera del área. La falta se sacó desde el lateral derecho del área brasileña (según atacaba España) y, tras el subsiguiente despeje de la defensa brasileña, Adelardo cazó el balón con una espectacular tijera que se coló por la izquierda del portero brasileño. El árbitro anuló el gol sin que, a día de hoy, se sepa todavía el porqué. Hay quien habla de juego peligroso (¿?) y quien habla de falta al defensa en el despeje pero ninguna de las infracciones parece clara viendo las imágenes.
Tras esta doble jugada, el esfuerzo acabó pesándole a España y dos goles de Amarildo, curiosamente sustituto de Pelé, en los últimos minutos del partido, acabaron con las ilusiones españolas de pasar a la siguiente fase. La victoria de España hubiese volteado de forma espectacular la clasificación del grupo, ya que hubiese puesto a los nuestros en cuartos y dejado a Brasil, campeón vigente, fuera de los cuartos de final.
Una injusticia, una circunstancia, un no saber sobreponerse a este tipo de cosas, un no saber jugar a lo que se dio en llamar “el otro fútbol”. En definitiva excusas, explicaciones y justificaciones siempre presentes en los mentideros futbolísticos de nuestro país cuando de justificar fracasos en competiciones de alto nivel se trataba. Chile, su Mundial y la tijera de Adelardo sólo fueron una más. Hasta que aquella Eurocopa de 2008 rompió lo que muchos dieron en llamar el maleficio.
https://www.youtube.com/watch?v=iRvlc-JUcwQ
Matt Le Tisier
Apasionado del fútbol. Editor de elfutbolsegunmatt.wordpress.com. Socio del Atlético de Madrid.