Si una herida está grabada a fuego en el corazón del hincha argentino es la de aquella fatídica noche en el Olímpico de Roma de 1990. El destino, el azar, la casualidad —o incluso una mano negra para los más atrevidos— hicieron que Alemania Federal se cobrara una venganza, la más cruel y fatídica para cualquier amante del fútbol… de penalti injusto.
Cuatro años atrás, la selección germana había sucumbido en el mundial de México 86 por 3-2 en la final, el año que Diego Armando Maradona escribió la gloria más sublime para el continente latinoamericano. El camino para esta confrontación no fue sencillo para ninguno de los dos contendientes, Alemania eliminaba en semifinales a Inglaterra, mientras que Argentina lo hacía con el anfitrión Italia. Ambos encuentros se consiguieron tras una prórroga y lanzamientos de penaltis.
El 8 de Julio de 1990 en el Stadio Olímpico di Roma se daban cita en la final Alemania y Argentina, el fútbol daba una nueva oportunidad a los alemanes de sacudirse el polvo de la derrota en el 86, para Argentina la ocasión de volver a alcanzar el paraíso, la gloria eterna reservada para los mejores, aquella que recordarían niños para contárselo a sus nietos.
Una leve brisa rozaba las estrechas calzonas de aquellos héroes en la más perfecta representación heroica de un país, con el corazón desgarrándose desde las entrañas imaginando a toda una nación postrada al televisor, aparcando sus miedos y desgracias, dispuestas a subirse a una montaña rusa de adrenalina en busca del éxtasis infinito, Roma como mirada fija de todo un planeta, Roma como mirada y obsesión de dos países.
En el minuto 85 algo cambiaría todo, Rudi Völler se adentraba vivaz y atrevido en el área Argentina, con la mirada clavada en el esférico, cuando de repente una pierna albiceleste va al cruce, fuerte y segura hacia el balón como si no hubiera mañana, Roberto Sensini ignoraba que pasaría a formar parte de la historia negra de la injusticia del fútbol. El Mejicano Edgardo Codesal no lo duda ni un instante y señala el punto de penalti. En aquel instante Latinoamérica da un vuelco, los relojes alemanes se paralizan, Roma deja de respirar por escasos segundos… el Mundial se podía decidir en ese instante y todos eran conscientes de ello.
Los argentinos cerraban sus puños mientras la cólera y la indignación se apoderaban de ellos, rodeaban al colegiado que con mirada desafiante no escuchaba palabras, había tomado una decisión y nadie iba a convencerlo, movían el balón del punto de penalti, gritaban a la vez que sus ojos parecían salirse de sus órbitas y es que hasta 7 largos minutos pasaron desde que se señaló la pena máxima hasta que se pudo lanzar.
Andreas Brehme como juez y verdugo, a once metros Goycochea con el ahínco esperanzador de atajar una copa que se le deslizaba como arena entre los dedos en aquel mismo instante. El ’3′ alemán permaneció con mirada fría, impasible para ejecutar un lanzamiento tan minuciosamente mecánico como cualquier motor de Volkswagen, la pelota se cruzó por el palo diestro de Argentina ante una estirada inútil.
Un punzón terrible y trágico para el corazón de la pampa, la forma más injusta y cruel de perder una final, algunos hablan de conspiraciones, otros de injusticia…y a otros simplemente se les hiela el corazón, al volver a ver con la frialdad con la que Andreas Brehme cobró la venganza —sabiendo y reconociendo como años después dijo que la entrada de Sensini fue correcta—; con la mirada de un hombre que cumple con su rutina sin pedir explicaciones… como si cenar habiendo ganado una Copa Del Mundo hubiera sido lo más corriente.
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