El Fútbol Es Injusto · Mundial Brasil 2014
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Rusia, un Mundial para el futuro
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Russian midfielder Alan Dzagoev (L) cele

La Rusia de Fabio Capello acude a Brasil liberada de la presión, consciente de que su objetivo no es Brasil sino el Mundial que organizará dentro de cuatro años. Eso no quiere decir que un país como Rusia vaya a bajar los brazos este verano, impensable todavía menos por el carácter del sargento italiano, que intentará exprimir al máximo la última oportunidad de jugadores como Shirokov o Zhirkov de brillar en un Mundial

Doce años después Rusia regresa a un Mundial por la puerta de atrás, a pesar de haber mandado a la respeca a la Portugal de Cristiano Ronaldo en la fase de clasificación. Los de Capello no son favoritos ni siquiera a liderar un grupo en el que parece partir con ventaja Bélgica, lo que les llevará a pelear contra Corea del Sur por una segunda plaza que parece conducir al cruce contra Alemania en octavos, que se adivina una barrera infranqueable para una selección que no alcanza los cuartos desde México 1970 y apenas suma una semifinal en toda su historia.

Muchísimo trabajo le queda a Capello por delante para armar una selección a tener en cuenta dentro de cuatro años en el Mundial ruso. Contará con la inestimable ventaja de jugar en casa, fundamental para una selección que todavía se sigue arrugando cuando juega lejos de casa. Quedó patente en la fase de clasificación con su derrota lógica ante Portugal, su no tan lógico empate ante Azerbaiyán y su lamentable caída ante Irlanda del Norte.

A pesar de esos pinchazos el equipo logró el billete directo por delante de Portugal, reflejo de la competitividad que ya ha imprimido a la selección el veterano Capello, que ha cambiado la idiosincrasia del combinado ruso, dejando a un lado los egos individuales en beneficio del sentido colectivo. La disciplina táctica ha sentado bien al equipo, que ha ganado solidez sobre todo en defensa por el sacrificio que el italiano exige a todos los jugadores hasta el punto de encajar tan solo cinco goles en los diez partidos de la fase de clasificación. Todo apunta a que en Brasil será un equipo que concederá muy pocos goles.

El primer problema para Capello es que el fútbol ruso ha dejado de exportar talentos: los más veteranos han vuelto a casa tras acabar su ciclo en Europa y los más jóvenes no cuentan con ofertas serias para marcharse. El asunto preocupa bastante al técnico italiano, consciente de que el campeonato ruso no parece el mejor campo de entrenamiento antes de afrontar una batalla como la del Mundial.

Además, el reciente cambio de calendario del fútbol ruso para adaptarse al resto de ligas europeas arroja dudas sobre el estado físico de los jugadores en un campeonato tan exigente como el de Brasil, de ahí que el equipo cuente con el factor sorpresa al no tener excesiva presión.

La seguridad de la línea defensiva, marca de la casa Capello, viene refrendada por el trabajo en el centro del campo de Glushakov, las ayudas de las alas y el enorme despliege de gladiadores como Fayzulin, que tendrá que redoblar esfuerzos ante la importantísima baja de última hora de Roman Shirokov, un centrocampista con llegada duro en las formas dentro y fuera del campo muy del gusto del técnico italiano, hasta el punto que le ha regalado el brazalete de capitán. Más arriba Rusia se aferra a los destellos de jugadores con más talento como Alexander Kokorin, con futuro como delantero y, sobre todo, de Alan Dzagoev, sin duda el jugador de más talento de todo el grupo y, sin embargo, sin sitio asegurado en el once titular por su fuerte temperamento dentro y fuera del campo. Sea en Brasil o dentro de cuatro años en casa, el genio de Beslan y el sargento Capello parecen condenados a entenderse.

Grupo H

SelecciónPJGPEGFGC+/-PTS
1Bélgica22003126
2Argelia21105413
3Rusia201112-11
4Corea del Sur201135-21
FechaLocalResultadoVisitante
17/06/2014
6:00 pmBélgica2 - 1Argelia
18/06/2014
12:00 amRusia1 - 1Corea del Sur
22/06/2014
6:00 pmBélgica1 - 0Rusia
9:00 pmCorea del Sur2 - 4Argelia
26/06/2014
10:00 pmCorea del Sur - Bélgica
10:00 pmArgelia - Rusia

Victor Pérez

Victor Pérez

Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Fundador de FIFAChampions y administrador de El Fútbol es Injusto

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Didier Drogba, la despedida de un héroe
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A sus 36 años el Mundial de Brasil se dibuja en el horizonte como última parada para Didier Drogba, la cara más reconocible de Costa de Marfil durante la última década y uno de los jugadores africanos más brillantes de la historia, tan temible como siempre dentro del área y con la determinación de conseguir de una vez por todas meter a su selección entre, al menos, las mejores dieciséis del planeta.

A estas alturas, ganador tres veces de la Premier League y héroe indiscutible en la Champions conquistada por el Chelsea en Múnich, nombrado mejor jugador de la historia «blue», máximo goleador y centenario con su selección, nadie discute la calidad de un Drogba que todavía impone por su físico, por su habilidad para jugar con y sin balón, su inteligencia para leer los partidos, su sacrificio y, por encima de todo, su instinto asesino dentro del área.

Pero Drogba es mucho más que una estrella en Costa de Marfil. Es un líder, un motivo de orgullo y admiración para el pueblo marfileño, que reconoce al delantero como uno de los suyos por su papel activo en la lucha por la paz durante las dos guerras civiles que han destrozado al país africano en la última década. Embajador de Buena Voluntad de la ONU, el compromiso de Didier Drogba con la comunidad -a través de su Fundación- allá donde va es palpable por mucho que se empeñe en que su nombre quede en un segundo plano: ha financiado la construcción de un hospital en su ciudad natal, donado dinero a las víctimas de las inundaciones en África Occidental, rescatado al mítico Levallois Sporting francés en el que comenzó su carrera o, más recientemente, ha destinado un millón de euros a las familias de las víctimas del accidente minero en Soma (Turquía) que costó la vida a más de 300 personas.

Drogba aterriza en Brasil sin destino de vuelta conocido, cerrada oficialmente su etapa en el fútbol turco después de un año y medio plagado de títulos con una notable aportación en el plano individual esta última campaña: 14 goles en 31 partidos, reflejo de que todavía tiene cuerda para pelear al mejor nivel. Su objetivo es demostrarlo por última vez en Brasil para conducir a Costa de Marfil al mejor resultado de su historia. El final soñado para uno de los jugadores africanos más grandes de todos los tiempos, dentro y fuera del campo.

Victor Pérez

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Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Fundador de FIFAChampions y administrador de El Fútbol es Injusto

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Luis Enrique codazo

Aquella tarde de julio España volvía a llorar frente al televisor, sin consuelo posible al caer otra vez en los cuartos de final del Mundial, pero sobre todo por la manera de decir adiós en los malditos cuartos, por el codazo de Tasotti a Luis Enrique, el terrible fallo de Salinas ante Pagliuca, los condenados nervios, el fallo del árbitro y el imborrable gol de Roberto Baggio. Un partido grabado a fuego en la memoria colectiva de jugadores y aficionados durante catorce años, hasta que los chicos de Luis Aragonés comenzaron a reescribir la historia de la selección en una tanda de penaltis contra Italia.

De vuelta a Estados Unidos, a ese encuentro de Boston la selección española llegaba tan confiada como siempre -o más con Clemente a la cabeza- pero con un clima complicadísimo, rotas las relaciones del seleccionador con los periodistas. «Más que el partido, me preocupa lo que escribe la prensa. Sois el desánimo. No sé para que narices hablamos y hacemos ruedas de prensa», llegó a decir el técnico de Barakaldo antes del trascendental choque contra una Italia que se presentaba a la pelea desfondada después de haber eliminado a Nigeria en octavo de final sobre la bocina, prórroga incluida.

España contaba con un equipo notable, lejísimos claro de la actual generación, que se alimentaba sobre todo de jugadores del Barcelona de Johan Cruyff con los Zubizarreta, Goikoetxea, Guardiola, Bakero, Sergi, Julio Salinas y compañía, aunque el estilo de Clemente nada tenía que ver con el de los azulgrana. Aún así, España demostró tener capacidad para apostar por el toque en vez del juego directo -la forma elegante de hablar del pelotazo- en el empate del segundo partido del Mundial ante la temible Alemania, a la que superó en juego y ocasiones.

Las ilusiones por alcanzar la primera semifinal de un Mundial se dispararon ante aquel partido de Foxborough. Y aparecieron los nervios. España jugó acartonada la primera mitad, sin ritmo ni velocidad, hasta el punto de que la sacudida del gol de Dino Baggio apenas cambió el panorama. El cambio se fraguó en el descanso, cuando España se miró en el espejo para quitarse los complejos y jugar de tú a tú contra Italia en la segunda parte, inmenso el equipo con y sin el balón a través de una exhibición enorme de sacrificio. Había, en definitiva, mucho más fútbol que el manido pelotazo. A medida que España crecía, Italia se hacía cada vez más pequeña y el empate terminó por llegar con un disparo desde la frontal de Caminero.

La selección española, por fin, tocaba con los dedos las semifinales de un Mundial. Y el temporal no amainó para una Italia irreconocible, superada por el arrojo de los hombres de Clemente y obligada a dar un paso atrás. A siete minutos del noventa un balón en largo sorprendía a la defensa de Arrigo Sacchi, Julio Salinas se plantó solo contra Pagliuca y, con media España con los brazos ya en alto, al delantero se le apagó la luz y acabó echando el balón a los pies del portero. «Siempre recordaré este gol, ese fallo», dijo después del partido Salinas, que no se escondió ante los medios a pesar de su lamentable fallo. Italia, que sobrevivía en el alambre ante una España volcada que apuraba sus opciones antes de la prórroga, todavía tenía una bala guardada. Y la disparó nada menos en el minuto 87. Berti vio a la defensa española descolocada y puso un balón en largo que tocó magistralmente Signori hacia Roberto Baggio, que no se permitió el lujo de perdonar ante Zubizarreta.

Los últimos minutos resultaron un drama, con España a la desesperada para lempatar de nuevo el partido. En esas llegó un centro desde la derecha de Goikoetxea que viajó hacia el segundo palo, pero Luis Enrique no apareció: estaba en el suelo por culpa de un evidente codazo de Mauro Tassotti que le fracturó la nariz. El árbitro del encuentro, Sandor Puhl, considerado uno de lo mejores de la época y seleccionado para dirigir días después la final, no vio la agresión para desesperación de todo un país y especialmente de Luis Enrique, desatado por la rabia de vivir en primera persona una de las eliminaciones más injustas de España en un Mundial. Y eso no es poco. Aquel codazo se convertiría en la imagen de la maldición española de los cuartos de final para toda una generación y, además, fue la primera vez que la FIFA utilizó el vídeo para castigar de oficio a un jugador: Tasotti fue sancionado con siete partidos de suspensión y jamás volvió a vestir la camiseta de Italia. La venganza de España se sirvió fría, catorce años después en Viena, pero marcó el inicio del mayor ciclo de éxitos de una selección que todavía quiere elevar su techo en Brasil.

 

Victor Pérez

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Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Fundador de FIFAChampions y administrador de El Fútbol es Injusto

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«Solo tres personas en la historia han conseguido silenciar Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y yo». Habla Alcides Ghiggia, el futbolista uruguayo que vistió de luto a todo un país aquella tarde del 16 de julio de 1950 en la que casi 200.000 personas acudieron al estadio más grande de Brasil confiados en celebrar una enorme fiesta que derivó en un oceáno de lágrimas en las calles de Río de Janeiro y de todo Brasil, sobrepasado por una de las mayores sorpresas de la historia del fútbol.

El triunfo de Uruguay aquel domingo no entraba en los planes de nadie. El guion pasaba por el triunfo, quizás por aplastamiento, de una brillante selección brasileña que pasó por encima de Suecia (7-1) y España (6-1) en la liguilla final que iba a decidir la cuarta Copa del Mundo. A la Brasil de Ademir, Zizinho o Barbosa le bastaba un empate en el último encuentro, de ahí que se disparara la euforia hasta tal punto que el presidente de la FIFA, Jules Rimet, acudió al partido con un discurso en su bolsillo escrito en portugués para felicitar a los brasileños por su victoria. Los principales diarios tenían preparadas ediciones especiales para relatar la proeza, se habían acuñado monedas con los nombres de los jugadores brasileños e incluso los más atrevidos habían comprado ya una camiseta conmemorativa de un triunfo que jamás llegó.

Siete décadas después parece evidente que Brasil subestimó a su rival en ese partido convertido en una final improvisada. Y eso que la Uruguay de aquella época había conquistado un Mundial, ocho Copas de Ámerica y dos oros en los Juegos Olímpicos, un palmarés notablemente superior al de la propia selección brasileña. Sin embargo, todos los focos apuntaban a Brasil en aquel torneo por su condición de local y su enorme pegada, capitalizada en las botas de Ademir, Zizinho y Friaça. Según la leyenda, los uruguayos se encendieron precisamente por ese ambiente que les daba como perdedores antes de jugar el partido, hasta el punto de que desde la Federación se les trasladó el mensaje de que sería suficiente perder por tres o cuatro goles de diferencia. Fue entonces cuando el capitán del equipo, Obdulio Varela, grabó a sus compañeros una frase a fuego en sus retinas. «Los de afuera son de palo». La semilla estaba sembrada.

ghiggia-world-cupMaracaná celebró durante una hora un resultado que coronaba a los suyos como campeones del mundo. A los tres minutos de la segunda mitad la grada se vino abajo con el gol de Friaça que abría el marcador, lanzamiento de petardos incluido. Varela, capitán uruguayo, ideó una conversación de sordos para rebajar el empuje del público al reclamar al árbitro un supuesto fuera de juego en la jugada del gol: Varela no hablaba inglés y el árbitro no entendía el español, así que aquella treta se convirtió en un episodio confuso que logró enfriar el ambiente.

Mediada la segunda mitad Juan Alberto Schiaffino, uno de los mejores futbolistas de la primera mitad del siglo XX, remató a la red un pase medido de Ghiggia tras una cabalgada por la banda. El empate descolocó al público, a la prensa y a los jugadores brasileños. «Entonces me di cuenta de que podíamos ganar, ellos se quedaron muy fríos», relata el propio Ghiggia, que a once minutos del final del partido escribiría su nombre para siempre en los libros de historia, al desbordar de nuevo por velocidad por la banda derecha. Barbosa, guardameta brasileño, dio un paso al frente para tapar un centro pensando que Ghiggia repetiría la jugada del primer gol, pero el uruguayo aprovechó ese hueco para chutar a portería y marcar el gol que sumiría en la tragedia a Maracaná, de repente sin palabras al ver que su selección perdía un campeonato que parecía ganado de antemano. Un Maracanazo.

Aquello fue mucho más que una derrota para Brasil. «Yo estaba contento porque habíamos ganado el Mundial y había marcado el gol del triunfo, pero a pesar de la alegría te daba pena mirar a las gradas por las lágrimas de la gente», confesó años después Ghiggia. Después del pitido final hubo que improvisar la entrega del trofeo, anulada la ceremonia de coronación de Brasil que incluía un desfile triunfal por las calles de Rio. Los organizadores del Mundial se evaporaron en el momento en el que había que entregar la Copa a los campeones, lo que finalmente hizo Jules Rimet entre un tumulto sobre el césped, casi a escondidas. Los periódicos brasileños de la época llegaron a hablar de suicidios por ese partido, incluidas dos personas que se habrían tirado desde la misma grada del estadio.

Desde aquella tragedia Brasil jamás ha vuelto a jugar de blanco, lo que curiosamente abrió el exitoso ciclo con la «verdeamarelha», que este verano aspira a quitarse la espina más dolorosa y levantar un título Mundial por fin en Maracaná.

Victor Pérez

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