¿A dónde fueron Iniesta y Pedro?

Siguen siendo parte de la plantilla de este FC Barcelona pero, ¿a qué precio? La llegada de Luis Enrique y su manual de orgullo mal dirigido está acabando con dos de los mejores jugadores nacionales de los últimos tiempos. Andrés Iniesta y Pedro Rodríguez siguen teniendo dorsal pero, ¿alguien se acuerda de cómo jugaban?

Mascullado en mi análisis de la Guía EFEI, el tiempo y el cráneo del asturiano me han dado la razón: el albaceteño, que consiguió reconciliar a yernos y suegras con su gol en Sudáfrica, se ha visto obligado a retrasar su posición (aún más) tras la llegada de Luis Suárez. Ya el año pasado la alineación de Neymar le privaba de deambular por el costado izquierdo del ataque, o en la media punta donde brilló y nos maravilló; una vuelta de tuerca más la que le ha dado el líder efímero del vestuario. Si Messi ponía la contundencia de saberse el mejor, Andrés Iniesta ilustraba el alma de este club. Pero hoy día parece “disperso como mantequilla untada sobre demasiado pan“, que diría alguien de estatura similar; correr para defender (y no hacia la portería), robar balones o derribar al contrario no eran estadísticas a las que atender cuando se hablaba del genio de Fuentealbilla. Año y medio lleva ya inmerso en un bucle que desintegra todo recuerdo de tiempos no tan lejanos; sus llegadas de segunda línea o sus jugadas pegado a la cal casi han quedado para recuerdos de hemeroteca. El área, el último pase, el remate; lo que parecían prolongaciones de su mente ahora son solo figurantes a su alrededor.

Incluso cuando se habla del estado actual de La Roja, se deja a un lado su nombre para centrarnos en la revolución y futuro que deben liderar ‘Koke’ e ‘Isco’ pero, ¿y nuestro pequeño y venerado alopécico? A punto de cumplir 31 años, la estrella que nos hizo coser en nuestros párpados parece habérsele apagado. Señalo directamente a un culpable: el propio club y sus decisiones. Mucho debe variar el timón el albaceteño si no quiere retirarse antes de tiempo a sus viñedos en algún lugar de La Mancha, lastrado por un estilo que no casa con su físico.

¿Se atreverá Luis Enrique a sentar al uruguayo?

A su lado tenemos a Pedro Rodríguez, jugador fetiche para el que suscribe y que ha visto como, de ser intocable, ha pasado a maleable; “para un roto o un descosido”, es para lo que ha quedado este grandísimo pelotero. Con el experimento argentino de Martino ya pudo saborear el poliéster del banquillo, ante las preferencias de aquél por el chileno “Maravilla”: la rúbrica del nuevo entrenador no ha hecho sino seguir minando la salud mental del, a fe, jugador más polivalente que mis retinas hayan disfrutado.

El supuesto (e incluso diría evidente) divorcio entre entrenador y estrella argentina ha derivado en una tregua de cara a la galería, que ha traído como principal consecuencia el establecimiento de un once tipo donde el canario ha aceptado su puesto de “recambio o espectador de lujo”. El escaso papel del que disfruta desde el fin de la sanción al uruguayo ha dinamitado una progresión y ritmo que se preveían demoledoras; con 27 años en su DNI, ve cómo su plenitud de facultades merma a cada minuto que sigue el partido a ras de césped. Otros tuvieron que emigrar a Nápoles (por ejemplo) ante la llegada de lo evidente: el olvido.

En definitiva: dos ejemplos de cómo una dirección deportiva deficiente, así como el ansia por coleccionar cromos, pueden desintegrar los recuerdos del aficionado y a un grupo considerado casi invencible no hace mucho. La sidra y el asado han desplazado definitivamente “el duende” de ambos. Pierde el fútbol; se indigesta la afición.

El ronroneo sigue en la grada esperando un batacazo.