Ronaldo, el búfalo que arrancaba el pasto

En el rincón de las fantasías, allí donde únicamente llegan los sueños que cada noche se agazapan bajo nuestras almohadas, allí donde nacen o mueren todas nuestras pretensiones y todos nuestros álter ego insatisfechos, bajo una nube que mezcla felicidad y melancolía; en ese limbo al que nos marchamos habitualmente, seguro que hemos soñado en ser futbolistas en más de una ocasión. Alguna vez nos habremos visto con los brazos abiertos, celebrando un tanto como lo hacía uno de los jugadores más admirados de este deporte: un chico que nació en Rio de Janeiro, en 1976, bajo el nombre de Ronaldo Luis Nazário de Lima.

Jamás se ha sentido un aura tan colosal e intimidatoria en un delantero cuando rondaba el área; el olor a miedo era devorado por el brasileño sin dar opción a tragar saliva. Estaba escrito en un código invisible que, cada vez que Ronaldo iniciara aquella danza mortal frente al portero y la filigrana se hiciera presente, el guardameta siempre elegiría el costado equivocado mientras ‘el 9′, con un toque sutil, empujaba el balón hacia el fondo de las mallas sin ninguna oposición, como un adversario que acaba rindiéndose ante lo evidente: el gol.

A lo largo de su carrera, Ronaldo jugó en numerosos equipos europeos: PSV, FC Barcelona, Inter, Real Madrid y AC Milan, y en todos ellos adoptó un estilo, como una bestia que mutaba según las circunstancias. Las lesiones lastraron varios años de su carrera y seguramente condicionaron el rendimiento máximo del jugador, todo ello unido a un problema de hipertiroidismo que le hacía engordar, por lo que nunca podía encontrarse en su peso óptimo. Nada de esto le hizo truncar sus ilusiones por ser el mejor jugador del mundo.

Eindhoven descubre un crack

Ronaldo da el salto europeo después de conseguir con la selección brasileña el Campeonato del Mundo en Estados Unidos, en 1994. Aunque su participación es testimonial, en Europa ya había informes sobre la mesa acerca de un joven brasileño que despuntaba en el Cruzeiro. Con 18 años, Ronaldo llega a la Eredivise, más concretamente al PSV Eindhoven; equipo que le viene como anillo al dedo, y en el que ya había jugado su compatriota Romário antes de dar el salto a un grande.

En Holanda se destapa como un ágil delantero, regateador, técnico, y con un olfato de gol exquisito 42 goles en 46 partidos. Su adaptación a Europa está siendo tremendamente satisfactoria y, en ocasiones, nos brinda enormes espectáculos de talento como aquella tarde fría frente al Ajax de Van Gaal que, posteriormente, se alzaría aquel año como todo un campeón de Europa con Van der Saar, los hermanos De Boer, Kluivert, Litmanen, Finidi o Marc Overmars.

Barcelona desata a la bestia

Sus dos excelentes temporadas en el PSV le sirven para firmar por el FC Barcelona a cambio de 2.500 millones de las antiguas pesetas; en la Ciudad Condal sabían que habían fichado a un gran delantero, pero jamás imaginarían lo que estaba por venir.

En el FC Barcelona, Ronaldo desata un futbol inimaginable: se muestra como una auténtica bestia parda que devora los espacios con unas zancadas prodigiosas y una definición estratosférica.

Aquel joven delantero parece imparable: se incrusta entre los dos centrales del Valencia a los que arrolla, e inventó un gol épico una fría noche de lunes en Santiago de Compostela, donde regateaba y esquivaba piernas que le salían al cruce: más de 5 rivales fueron al suelo y únicamente una bala en la rótula parecía capaz de parar a aquel animal salvaje. Cuando Ronaldo batió al portero, el difunto ‘Bobby’ Robson era enfocado por la televisión echándose las manos a la cabeza, quizás pensando “¿pero quién es este extraterrestre?”.

Ronaldo consigue el Fifa World Player y anota 47 goles en 49 partidos entre todas las competiciones, rompiendo todas las estadísticas posibles en la Liga. Sorprendentemente, aquel noviazgo dura únicamente una temporada por problemas económicos en la renovación del contrato: molesto por la actitud de la directiva, Ronaldo saldrá del FC Barcelona rumbo al Inter de Milán, que pagaría 4.000 millones de pesetas por su traspaso.

Un Ronaldo más técnico y completo

En el Inter de Milán, Ronaldo sufre una nueva mutación futbolística. Su tren inferior y sus enormes arrancadas continúan, pero el Calcio deja menos espacios que España, por lo que aquellas galopadas de 30 metros hacia el portero son menos frecuentes. Sin embargo, el brasileño potencia más otras muchas cualidades: se le observa más técnico en espacios más reducidos, tira más caños y pisa más la pelota; en ocasiones se transforma en un pívot de fútbol sala e incluso se atreve, con muchísimo talento, al lanzamiento de libres directos.

Con la selección de Brasil mantiene intacto, sin embargo, ese espíritu depredador de sprints imposibles y definiciones perfectas. Es designado mejor jugador del Mundial de Francia ’98 pese a que su selección pierde la final frente a los anfitriones. Al año siguiente, la verde-amarela se haría con la Copa América en 1999 frente a Uruguay con dos goles suyos en la final.

Durante la temporada 1999/2000 Ronaldo sufre una de las primeras lesiones importantes de su carrera. Frente al Lecce siente un crujido inequívoco de gravedad: rotura parcial del tendón rotuliano de la rodilla derecha; tras 6 meses de inactividad, Ronaldo vuelve a recaer de la misma rodilla el día de su regreso, frente al Lazio. La desgracia no podía ser mayor: un año más para volver a recuperarse.

Las dudas y la mano amiga de Scolari

No era fácil regresar a la actividad siendo Ronaldo Nazário. Habiendo conseguido tanto, los pájaros de los malos augurios se cebaban con él advirtiendo de que ‘el fenómeno’ no volvería a jugar y, si lo hacía, ya nada sería como antes. Ronaldo luchó cada minuto de aquellos días por volver a ser el mismo de antes. Lloró muchísimo en silencio mientras veía a sus compañeros; lloró en aquella soledad amarga e incomprendida que se lleva por dentro, y tuvo que pelear contra sus propios miedos que le decían que abandonase, que no merecía la pena aquel camino, que tomara otro rumbo.

Ronaldo jamás bajó los brazos y obtuvo la recompensa esperada. En el peor momento anímico, Scolari le tendió una mano amiga: lo convocaría para el Mundial de 2002 que se disputaría en Corea y Japón. Brasil se había clasificado gracias a la repesca y los ánimos no estaban muy altos, aunque por entonces el técnico brasileño se guardaba un as bajo la manga: un joven que ya venía despuntando en Francia, llamado Ronaldinho Gaúcho.

En el continente asiático Ronaldo recuperó su mejor versión goleadora: se mostró todo un depredador del área con 8 tantos y coronó a Brasil como la pentacampeona del mundo, algo que ningún otro país había conseguido.

El Real Madrid de los Galácticos

Florentino Pérez queda encandilado por la actuación de Ronaldo en el Mundial y se pone manos a la obra para abarcar su traspaso, un fichaje al que algunos le critican que quizás llegue demasiado tarde. La exigencia del Real Madrid es máxima, y se desconoce si la maltrecha rodilla de Ronaldo podrá aguantar el calendario de partidos y la severidad de la afición del Santiago Bernabéu. El presidente del Madrid hace oídos sordos: para él es un icono fetiche, un cromo sublime para su colección de estrellas que harán recuperar al Real Madrid el prestigio perdido.

Como si de una película de ficción se tratase, el presidente del Real Madrid logra acometer el traspaso el último día, a escasos minutos del cierre del mercado, en un pulso con el presidente del Inter Massimo Moratti que duró prácticamente todo el verano.

Ronaldo viene en baja forma y tarda algunos partidos en debutar con el equipo; lo hace en el Santiago Bernabéu frente al Deportivo Alavés. En apenas 5 minutos sobre el césped, el brasileño recibe un balón alto —era el primer balón que se disponía a tocar—, la mata con el pecho, la empalma de volea… y el balón se cuela en la escuadra. El delirio en el Bernabéu es máximo: Ronaldo, aquella bestia parda que tanto sufrieron los madridistas, hoy vestía de blanco; el arma más perfecta frente al eterno rival.

El juego de Ronaldo evoluciona en Madrid: viene con kilos de más –aquejado de la enfermedad que le diagnosticarían posteriormente–, sus movimientos no son tan rápidos como en Barcelona, pero ganan una extrema potencia. Decide dosificar sus movimientos para hacer sólo las arrancadas necesarias: en ellas deja de ser un rápido leopardo para convertirse en un búfalo, de aquellos que arrancan el pasto tras su paso en una estampida imparable. No había perdido la definición ni la puntería, cualidades suficientes para sobrevivir en un Real Madrid al máximo nivel —el de ‘los Galácticos’— junto a Zidane, Raúl, Roberto Carlos, Figo y Beckham.

Sobrevivió a constantes lesiones y a una pésima gestión técnica: Del Bosque se marchaba por la puerta de atrás y comenzaba un carrusel de entrenadores y años convulsos. Pese a todo, anotó 134 goles en 211 encuentros.

La temporada 2006-2007 sería la última en la nave blanca. Fabio Capello vino para devolver la disciplina perdida en un equipo hastiado por el anarquismo, el compadreo con el presidente y la ausencia de títulos: Ronaldo, al igual que Héctor Cúper, no encajaba en ese ejército de oficio y músculo que exigía el técnico italiano. Tras numerosos desencuentros y banquillazos, abandonaría el club en el mercado invernal rumbo (nuevamente) a San Siro, pero esta vez al AC Milan.

Italia y los fantasmas de la rodilla

El paso de Ronaldo por el Milan no será de gran recuerdo por los tifosi, ya que apenas pudo disputar 20 encuentros, en los que anotó 9 goles. Un sudor frío volvió a congelar el mundo del fútbol cuando el brasileño caía al suelo y se echaba las manos a la rodilla: era la izquierda, la buena, pero aquella expresión de dolor ya la habíamos visto antes. Los peores presagios se confirmaban: de nuevo se rompía el cruzado y entraba en otro año de sequía futbolística.

Seguramente ahí recordó a todos aquellos pájaros de mal agüero que revoloteaban cuando él vestía la neoazurra: al tren del fútbol le quedaban pocas estaciones antes de llegar a su destino final. Pero ‘Ronnie’ decidió seguir luchando y, tras una ardua batalla interna, se recupera; desempleado, decide no volver a renovar contrato con el Milan. Parecen sus últimos días como futbolista activo; llegan cantos de sirena de equipos como Siena, Manchester City o Flamengo. Para sorpresa de todos, acaba firmando por Corinthians: la última estación debía tener a Brasil como escenario.

Corinthians, donde el fútbol parece detenerse

El último año de Ronaldo lo recuerdo en un marco bucólico terrible, sobrepasado de kilos de manera drástica, con el pelo largo, y bajo el contraste de unas imágenes televisivas sacadas de otra época. Brasil debía ser la última parada en la estación: la tierra natal que abrazaba al hijo pródigo. Poco quedaba ya del perfil de aquel chico que despuntaba en Belo Horizonte, con una profunda herida de guerra en cada rodilla, una ristra de títulos nacionales e internacionales que no cabrían en un armario común y una sonrisa más débil.

Allí, en campos de hierba alta donde el balón parecía desplazarse lo justo y necesario, con una pelota que tenía más aspecto de fútbol playa, y unas ganas enormes de fútbol, empezaba su último periplo. Con una velocidad escasa, seguían marcando diferencias, amagando rivales, sentando a porteros y fusilando redes, unas piernas que ya no respondían a los estímulos del cerebro: la débil llama del mejor delantero del planeta se apagaba bajo la atenta mirada del Cristo Redentor, como queriéndolo abrazar en un gesto cómplice.

La estela de Ronaldo

No sabremos jamás que magnitud hubiese alcanzado Ronaldo si las lesiones lo hubieran respetado. Si sus rodillas
maltrechas no le hubieran obligado a perderse cerca de tres años de fútbol. Si su organismo hubiese decidido mantenerlo en su peso ideal, sin alteraciones, como a aquella bestia que asoló Barcelona con arrancadas y slaloms propios de un atleta.

Mucho ha llovido desde entonces, y aún no hemos encontrado ni un atisbo de su herencia, de aquel pánico hacia un único hombre, de cómo sentaba porteros con la misma facilidad con la que se ataba las botas. Nadie habría imaginado que aquella tarde, en el aeropuerto de El Prat, de un vuelo procedente de Eindhoven se desataría un huracán de fútbol y potencia desmedida. Nadie hubiera sospechado que aquel chico espigado, de cabeza rapada y dentadura pronunciada, sería el terror de las porterías contrarias durante más de una década.

Ronaldo fue un cometa que surcó el horizonte de nuestras vidas de una manera alegre y desinhibida, a ritmo de samba, a ritmo de fútbol, mientras los mayores se quedaban con la boca abierta. Cada niño de por aquel entonces abría sus brazos con cada gol, como si así volase al universo carioca en un chasquido de dedos y se sintiese, por unos instantes, el mejor delantero del mundo.

Yasser Tirado

Escritor que pretende hacer del fútbol una literatura de mesilla de noche, un enfoque distinto entre la densa niebla. Podéis ver mis proyectos en www.memoriasdeunbar.com

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