Carlo Ancelotti, el pupilo rebelde

Un buen pupilo sigue a su maestro en cada momento, trata de seguir sus consejos y aprende de él todo lo que pueda para emular sus éxitos y evitar sus fracasos. En el banquillo del Santiago Bernabéu se sienta cada domingo un pupilo muy especial; laureado con honores en la escuela futbolística más prestigiosa de su época, ha llegado lejos de la forma más incomprensible e improbable: haciendo exactamente lo opuesto a lo que su maestro le enseñó. Su nombre es Carlo Ancelotti.

Todos conocen al actual entrenador del Real Madrid, un tipo de palabras comedidas y ceja levantada nacido en el centro-norte de la península italiana. Le dicen Carletto con cariño. Llegó a Chamartín con la etiqueta de ‘pacificador’ que la prensa madrileña le impuso buscando distanciarlo de su predecesor, aquel portugués cuyo nombre no he de pronunciar para no desviarme del tema.

Sí, todos le conocen, o dicen conocerle. Lo cierto es que su nombre no escapa al conocimiento de nadie en la capital española gracias al emblema que luce en su traje, el del club más grande y famoso en todo el mundo. Todo lo que hace o deja de hacer estará bajo la lupa inmisericorde de la prensa internacional, siempre.

Hace pocos días nuestro Carletto vivió lo que él define como el peor partido de su equipo desde que llegó al banquillo merengue. Fue una derrota por 4-0 ante el Atleti, el enemigo íntimo del sur de la comunidad. Las culpas y los acusados fueron la comidilla de debate público durante todo el fin de semana y lo seguirán siendo hasta que el equipo vuelva a ganar un partido (o pierda el Barcelona, para compensar). Hubo detalles tácticos para resaltar y prestaciones individuales para olvidar, pero lo que me hizo notar un seguidor de twitter fue la actitud de los jugadores. La completa ausencia de energía física y mental en los blancos superaba cualquier explicación técnico-táctica que pudiese ofrecer. Fue entonces cuando me vinieron a la mente algunos partidos que he visto en el pasado donde un equipo haya sufrido la misma enfermedad. El denominador común fue siempre el entrenador: Carlo Ancelotti.

Existe en su forma de entrenar y preparar al equipo una inconsistencia, o más bien incoherencia (me es difícil encontrar la palabra correcta), que muy probablemente causa semejantes debacles en un equipo campeón. Ancelotti es capaz de sacar lo mejor y lo peor de un grupo de futbolistas profesionales de alto nivel. La historia cuenta que solía ser uno de los mejores mediocampistas italianos de la década de los ’80 cuando aun no había sido aprobada la Ley Bosman, aquella que facilitó la libre circulación de futbolistas en el viejo continente, por lo que los clubes estaban conformados primordialmente por jugadores nacionales y algunos pocos (contados con una mano) extranjeros de talento excepcional.

Entre los Donadoni, Berti, Tardelli, Conti y compañía se encontraba nuestro Carletto como un miembro más de la ‘Azzurra’. No poseía la magia de los atacantes ni el físico de los defensores, pero era capaz de adaptarse sin mayores problemas a cualquier rol en el medio del campo. Si tenía que defender, crear o pasar, lo hacía. Siempre calmado ante situaciones críticas, la tranquilidad en su proceder le permitieron codearse con los mejores futbolistas de la época, sin luz propia vivía cómodo bajo la sombra de las estrellas. Fue esa característica la que hizo de él una pieza clave en el equipo de Arrigo Sacchi, su amigo, maestro y mentor futbolístico.

El Milan de Sacchi revolucionó el fútbol europeo y mundial. Arrigo, nacido en la región de la Emilia-Romagna como su pupilo Carlo, trajo al rectángulo de juego conceptos novedosos que serían la base de equipos campeones décadas más tarde. El dinamismo, la agresividad y el control del espacio eran los pilares de un concepto futbolístico que Ancelotti interiorizó de forma ejemplar. Carlo y sus compañeros corrían todos al unísono, como una orquesta siguiendo la carta musical de una sinfonía de Mozart, manteniendo la distancia entre líneas y ahogando al rival con un ritmo frenético que no daba tregua jamás, todo sin perder una nota musical. Cada victoria era majestuosa, sin importar el rival ni el marcador.

En los entrenamientos era común la práctica del juego de sombras, un concepto desarrollado por Sacchi donde los jugadores simulaban un partido completo, sin el balón. Se sabían de memoria las posiciones y movimientos del compañero. Pero aquel control de los espacios y el ritmo con y sin pelota iba más allá del campo. Los futbolistas debían comportarse de forma coherente en todos los aspectos de sus vidas. La alimentación y el cuidado en casa eran también de suma importancia para mantener el estado físico y mental requerido por Sacchi. Todos estos conceptos, esa forma maníaca de controlar un grupo de jugadores y llevarlos al funcionamiento colectivo ideal es algo que hemos visto recientemente en Pep Guardiola y José Mourinho por ejemplo, pero nunca en Carlo Ancelotti.

De todos los jugadores de aquel Milan de Sacchi que se convirtieron en entrenadores luego de colgar los botines, ha sido Ancelotti el más exitoso y con gran diferencia. Es curioso que justo Carletto, el mejor de una lista que incluye a van Basten, Gullit, Rijkaard y Donadoni haya seguido tan poco las enseñanzas de su maestro. Su tranquilidad a la hora de gestionar un vestuario dista mucho de la dureza con la que Sacchi dirigía sus tropas. La agresividad y el dinamismo sin balón que imperaba en aquel Milan del que Carlo era eje choca directamente con la pasividad y lentitud con la que el actual Real Madrid se presenta en cada partido de Liga, más cercano quizás al ‘blaugrana’ Pep que al ‘rossonero’ Arrigo.

Pero la ironía no muere allí. En Italia, toda persona que quiera sentarse en los banquillos debe titularse en el Centro Deportivo de Coverciano ubicado en la ciudad de Firenze donde se encuentra la sede de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC). Al terminar su curso de entrenador, Ancelotti presentó una tesis titulada “El futuro del fútbol: más dinamismo”. ¿Dónde quedó el dinamismo? ¿Cuán lejos en el tiempo queda ese futuro? Es inexplicable, pero en todos sus equipos ha reinado siempre la misma calma que muestra en cada rueda de prensa; nunca un escándalo en el vestuario, los trapos sucios se lavan en casa. Tiene preferencias por futbolistas técnicos y habilidosos y la tendencia marcada ha sido siempre bajar el ritmo una vez logrado el éxito. El dinamismo brilla por su ausencia.

Los equipos de Ancelotti, como dijimos, son capaces de lo mejor y lo peor. Logran la gloria a través de la paciencia y el talento, para luego transformar esa paciencia en pasividad y sufrir las más dolorosas e inesperadas derrotas. Dirigiendo al Milan, el partido de vuelta ante el Deportivo de La Coruña en cuartos de final de Champions League 2004 es un ejemplo. Un año más tarde, también con el Milan, la final de la Champions League ante Liverpool fue más dolorosa todavía. Recientemente, la derrota liguera en Anoeta y la del derbi madrileño del sábado pasado muestran los mismos niveles de pasividad en el Real Madrid que vimos hace diez años en el conjunto lombardo.

Cada vez que un equipo de Ancelotti se enfrenta a un rival que implementa el 4-4-2 vemos nuevas canas florecer en su cabellera. Aquel esquema con presión alta, velocidad por bandas y centros al área era la marca registrada de Arrigo, y luego de casi dos décadas nuestro Carletto sigue sin encontrarle solución al problema. El Atlético de Simeone vive del dinamismo y la agresividad; la presión al rival y la contención por zonas fueron sus mejores armas ante el Madrid en una tarde donde se escribió otra página en la historia del fútbol español. La rueda de prensa post-partido muestra un Ancelotti decepcionado y hasta sorprendido por la falta de actitud de sus jugadores, pero la historia nos revela el fruto más lógico del pupilo rebelde que más éxito obtuvo gracias a la escuela ‘sacchiana’.

El año pasado ante el Bayern München vimos una versión inusual del Real Madrid y de Ancelotti también. Como si de una transformación kafkiana se tratase, Ancelotti tomó la tiza y dibujó en la pizarra los nombres de sus viejos compañeros milanistas disfrazados de blanco y los lanzó al campo para dar al gigante teutón una lección de pragmatismo e inteligencia futbolística. Por una vez, el pupilo dejó de lado su romanticismo y recordó las lecciones del maestro, la incoherencia dio paso a la lógica y vimos a través de las pantallas de televisión una ventana al futuro que Carlo profetizó en su tesis, un futuro donde el dinamismo reinaba sobre el rectángulo verde. La victoria ante el Bayern de Guardiola fue el trampolín hacia la Décima, pero Carlo sorprendentemente volvió a la realidad durante el otoño al encontrarse con todos los problemas descritos por este servidor en un análisis de la actualidad del club blanco por esas fechas.

Hasta qué punto llegará la rebeldía en la carrera de nuestro querido Carletto, nadie lo sabe. Si la historia se repite, el pupilo prodigio podría no haber visto a orillas del Manzanares el último de sus naufragios como entrenador merengue, y sólo una profunda reflexión le salvaría de volver a traicionar a su maestro. Fue aquel Milan de Sacchi el último club que defendió la corona europea, y ya son dos décadas de aquella gesta. Tiene el pupilo una segunda oportunidad de emular a su maestro, como ya sucedió hace 10 años al mando del equipo ‘rossonero’. Sólo el tiempo dirá si este 2015 será finalmente el año en que lleguemos al futuro que Carletto diseñó en Coverciano. Que ruede la pelota.

Arturo Loaiza

"Vinotinto es mi sangre. Azzurro es mi corazón. Rossonera es mi piel. Fútbol es mi pasión"

2 comentarios en “Carlo Ancelotti, el pupilo rebelde

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