Eduardo Chillida, el portero que se reinventó en escultor

De entre esos locos solitarios que habitan los tres palos rodeados de incertidumbre y peligro, hubo uno en la temporada 42-43 que aún es recordado en San Sebastián. Sin embargo, su principal huella no la dejó en el terreno de juego, sino que se puede contemplar en la bahía de La Concha.

Eduardo siempre soñó con ser el cancerbero titular de la Real Sociedad. Lo logró en 1942, cuando el cuadro txuri-urdin militaba en Segunda División. El buen hacer del guardameta en particular, y del equipo en general, llevó a los donostiarras a Primera. Por desgracia, uno, Chillida, se quedaría en el camino: una lesión grave de rodilla le obligó a retirarse del fútbol con sólo 19 años.

Dado el potencial de futuro que se le adivinaba como arquero, Chillida siguió empecinado en regresar a los campos de juego. Tal fue su empeño, que pasó hasta cinco veces por el quirófano e incluso volvió a los entrenamientos. Pero, como él mismo reconoció, su pierna no le permitía seguir ejerciendo su profesión. Aun estando lesionado, tanto Real Madrid como Fútbol Club Barcelona quisieron hacerse con sus servicios, pero su padre se opuso a cualquier posible traspaso.

Ante tan desafortunada situación, Chillida incurrió en una reinvención profunda: tomó como referencia los palos que le secundaban y, fascinado por el juego de líneas y volúmenes que guían la labor de un portero, decidió marcharse a Madrid a estudiar arquitectura.

Esta nueva aventura también acabó prematuramente. En esta ocasión, la única causa fue la voluntad del artista. Sentía que ese no era su lugar; que no estaba invirtiendo bien su tiempo, y no dudó en dedicarse a lo que realmente le llenaba. Siguió esa mezcla de fe e instinto que lleva a los porteros y a los artistas a actuar. Sus manos volvían a ser las protagonistas, esta vez empleadas en el dibujo y en la escultura. Esta segunda se convirtió en su gran vocación. No le convencían las dos dimensiones; por eso eligió la portería, por eso eligió la escultura.

Expuso por primera vez sus trabajos en 1950 y, a su muerte en 2002, el donostiarra había acumulado un número monstruoso de premios y reconocimientos. En ese periplo de 52 años, su obra, como es lógico, pasó por diversas etapas y fases. Analizando sus creaciones con perspectiva, se puede extraer una conclusión contundente: el éxito de Chillida se basa en su percepción del espacio, en ese juego eterno entre el vacío y la ocupación. Si sustituyen el nombre de Chillida por el de cualquier entrenador de fútbol, la frase sigue teniendo el mismo sentido.

La grandeza del genio vasco dejó en este mundo obras como El Peine del Viento o el Elogio del agua. Sin embargo, la Real Sociedad perdió a un prometedor portero; haciendo balance, es justo pensar que los txuri-urdines, como declaró el propio Chillida, dan por bueno el cambio. Al fin y al cabo, no hay nada tan importante como una victoria de la humanidad.

Miquel Muñoz Sánchez

Allá donde haya un balón, unos pies serán capaces de dibujar arte. Y si no, los cronistas se encargarán de que lo parezca.

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