Roberto Baggio, una vida en doce pasos

Cometí un error en la Copa del Mundo de 1994… y mi país perdió. Fallé ese penal todos los días por cuatro años. Cuatro años después elegí patear otro penal. Cuánta gente viendo creyó que podía hacerlo… nunca lo sabré. Lo que importa es que yo creí.

El pasado 18 de febrero se cumplieron 48 años del nacimiento de uno de los mejores futbolistas que el Belpaese haya fabricado. Conocido por muchos como il Divin Codino (la coleta divina en italiano) gracias al particular peinado que portó durante gran parte de su carrera y que lo identificaba en cualquier campo de fútbol, este jugador es probablemente el más querido en todo el pueblo italiano. Su nombre es Roberto Baggio.

Muchas veces hablamos en esta web de trayectorias injustas, o momentos injustos vividos en el mundo del deporte rey. Es difícil calificar qué clase de injusticia es la que mejor describe a Roberto Baggio pues ha acumulado muchas durante su carrera. Quizás sea una injusticia de la memoria, un capricho del destino. El hecho es que pocas veces se ha visto un jugador con tanto talento y tantos logros que haya sido recordado eternamente por aquel momento en que sus fuerzas le fallaron, cuando dejó entrever al mundo una pizca de su luz interior, esa que lo hace humano, y en consecuencia, imperfecto.

Recuerdo estar en la casa de un amigo de mis padres en el verano de 1994. Nos reunimos para disfrutar la final de la Copa del Mundo FIFA USA ’94. Se enfrentaban Brasil e Italia. Yo tenía apenas 11 años y estaba disfrazado de azzurro, con una mi camiseta puesta y una bandera de la selección italiana a mis espaldas que bien podía usar de manta para arroparme por las noches. No entendía mucho de táctica y apenas conocía las reglas del juego, suficiente para jugarlo con los amigos y entender lo que sucedía en el campo, pero la pasión por aquel deporte era fuerte, tan fuerte que al final de la tarde no hubo consuelo que frenara las lágrimas de mis ojos luego de aquella dolorosa derrota.

El mejor jugador del mundo se encontraba sobre el campo, el que había sido galardonado por la revista France Football con el prestigioso Ballon d’Or el año anterior. Sus goles habían llevado a la selección nacional hasta la finalísima en el Rose Bowl Stadium de Pasadena, California. Arrastrando molestias físicas, el Codino había logrado llegar a el partido más importante de su vida en condiciones poco óptimas. El entrenador lo sabía pero habría sido una locura dejarlo fuera; era suficiente tener a Baggio al 50% para tener vivas las esperanzas.

El partido llegó a su fin y no hubo grito de gol. Tampoco el tiempo suplementario modificó el marcador. Por primera vez se decidiría una final de un mundial por la vía fatídica, desde los doce pasos. Era un momento histórico pues tanto Brasil como Italia contaban con tres títulos mundiales por aquel entonces y eran, junto a Alemania, las selecciones más laureadas del mundo. Esa tanda de penaltis decidiría cuál equipo sería el nuevo y único tetracampeón, al menos durante los siguientes cuatro años.

Los primeros dos tiros fallaron su objetivo. Luego de dos goles por parte, llegó el segundo fallo por parte de los italianos, al cual respondió Brasil con un gol. Finalmente, el quinto y decisivo tiro sería responsabilidad del 10, Roberto Baggio. Todos saben lo que sucedió con ese disparo. La imagen de aquel balón despedido a las nubes y la inmediata celebración de Taffarel brincando bajo los palos se mezcla con la imagen en primer plano del Codino, manos apoyadas en la cintura, la mirada clavada en el césped, una foto para la posteridad.

Aquellos doce pasos marcaron para siempre la carrera del que un día fue el mejor futbolista del planeta. No importó lo que lograra en los años venideros, los goles y hazañas dentro del campo que yo disfruté a través de la pantalla de TV, todo quedó eclipsado por esos malditos doce pasos que como un fantasma persiguieron eternamente a Baggio. Todavía, hoy le preguntas a cualquier persona en cualquier rincón del planeta -¿quién es Baggio?- y te responden -el que falló el penal del’94, ¿no?- sin importar de qué raza, edad o religión sea la persona. Como dije, una gran injusticia de la memoria.

Es difícil imaginar lo que sintió ese hombre en 1998 cuando luego de 4 años sin ver de cerca el punto fatídico decidió tentar la suerte y enfrentar a los fantasmas del pasado. La caminata de Baggio ante Chile en el partido inicial de Italia durante el mundial Francia ’98 fue elegida por la empresa Johnnie Walker & Sons como campaña publicitaria, y ese vídeo de un minuto es lo más cercano que podrá estar alguien de comprender la importancia de un gol aparentemente tan insignificante como el penalti que marcó el 2-2 del resultado.

Pocos saben que nadie en la historia de la Serie A, el torneo de clubes de la máxima categoría del fútbol italiano, anotó más goles de penalti como Roberto Baggio. Era un especialista a balón parado, marcando con sutileza por encima de la barrera sin dejar oportunidad alguna al portero en innumerables ocasiones. Incluso, fue el maestro de un joven llamado Andrea Pirlo con quien compartió vestuario en el Internazionale primero y en el Brescia después. Recuerdo justamente haber asistido a un partido preliminar de Champions del Inter en el verano del ’98. El Meazza se encontraba suspendido por alguna razón que no recuerdo por lo que el conjunto nerazzurro, entrenado por Gigi Simoni en aquel entonces, debería enfrentar al Skonto Riga de Bielorrusia en un estadio alternativo. Se eligió la pequeña Arena Garibaldi de Pisa y fui con mi hermano y mi tío al estadio. Como es bien sabido, soy seguidor del Milan, y ese día decidí dejar mi camiseta rossonera en casa pues no tenía intenciones de antagonizar con los colores rivales. Mi único objetivo era ver a Baggio jugar.

Aquello fue una fiesta digna del Gran Gatsby, y el anfitrión por supuesto llevó la 10 en la espalda. Ronaldo Nazario se encontraba aun de vacaciones luego de jugar la final del mundial galo, pero había suficiente espectáculo sobre el campo para el deleite del aficionado. El recital de Baggio fue impresionante: tres asistencias espectaculares puestas con un guante, como dicen en Italia “al bacio”, significaron goles de cabeza de Iván ‘Bam-Bam’ Zamorano en el minuto 4, Diego Pablo ‘El Cholo’ Simeone en el minuto 10 y Nicola Ventola en el minuto 20. Al descanso la victoria estaba asegurada gracias a dulces y exquisiteces servidos en bandeja por el Gran Gatsby… perdón, el gran Baggio. En el complemento llegó la firma del autor para concluir la fiesta, un golazo de volea con la zurda desde el interior del área grande al segundo palo. El entrenador decidió regalarle la ovación de la Arena Garibaldi al Codino para dar entrada justamente a Andrea Pirlo.

Hasta sus últimos días con los botines y los pantalones cortos, ver a Roberto Baggio sobre el verde fue un placer único. La sensación de no saber en qué momento o de dónde sacaría la siguiente jugada decisiva era continua. Sin importar la edad, Baggio aprendió a adaptar su estilo de juego a lo que su fisionomía le indicaba. Cada vez corría menos metros y hacía rodar más la esférica para que sus compañeros disfrutaran mejor una posición de ventaja frente al arco. Esa transformación paulatina de un definidor nato a un director de orquesta fue tan sutil que no sabría explicar en qué momento se gestó, pero a sus 37 años cuando se retiró del fútbol profesional en el estadio de San Siro ante el Milan, luego de aquel último abrazo al otro grande de la tarde, Paolo Maldini, lo que ofreció Baggio sobre el terreno de juego fue la más alta calidad que se pueda ver.

El diario deportivo más importante de Italia, La Gazzetta dello Sport, que otorga un valor al rendimiento de cada jugador en cada jornada del campeonato liguero todos los años, y que promedia ese valor al final del curso para determinar al jugador más valioso del año en la Serie A, otorgó el premio en 2004 a dos jugadores con la misma puntuación: el primero jugaba su primera temporada en Italia con 22 años, era brasileño de nacimiento, jugaba en el Milan y llevaba por nombre Kaká; el segundo jugaba su última temporada como profesional con 37 años en el Brescia del cual fue siempre capitán y líder, su nombre lo conocen todos, pero será siempre recordado por  aquellos doce pasos en Pasadena.

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Arturo Loaiza

"Vinotinto es mi sangre. Azzurro es mi corazón. Rossonera es mi piel. Fútbol es mi pasión"

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