España, la generación perdida

Hubo una época en la que la selección española, lejos de los actuales éxitos y victorias, siempre caía eliminada de las grandes competiciones en los malditos cuartos, dejando una triste sensación entre el aficionado de que, por muy buen equipo que tuviésemos, nunca ganaríamos nada. Parece un tiempo muy lejano, pretérito, pero en realidad no hace tanto de aquello. Y fuimos muchos los que crecimos ilusionándonos cada dos primaveras, creyendo que sí, que esta vez por fin cambiaríamos las lagrimas por saltos y cánticos de alegría; que nuestros jugadores eran los mejores. Y al llegar el caluroso julio, nos veíamos de nuevo desolados al comprobar que una de las mejores generaciones de futbolistas que ha dado nuestro país era, por diferentes cuestiones, incapaz de regalarnos la gloria.

Hablamos de la España del periodo que transcurre de 1994 a 1996. Tras la decepción que supuso caer en los octavos de final en el Mundial de Italia 90 ante Yugoslavia, y la no clasificación para el Europeo de 1992, la llegada al banquillo de Javier Clemente y el oro logrado en la Olimpiada de aquel mismo año en Barcelona abrieron de nuevo la puerta de la esperanza a una afición demasiado acostumbrada a la decepción. La famosa “Quinta de Cobi”, en la que destacaban futbolistas de la talla de Cañizares, Guardiola, Luis Enrique o ‘Kiko’, demostraba que estaba lista para competir al máximo nivel, y que la absoluta debía comenzar a nutrirse de ella.

Con el de Barakaldo al frente de la Roja, el combinado nacional ganó en solidez y, pese a no desplegar un juego excesivamente brillante, se consiguió una regularidad que devolvió a la selección al máximo nivel futbolístico.

Mundial USA’94

Estados Unidos albergaría el Campeonato del Mundo en 1994, y la selección que se presentó en Estados Unidos es, quizá, una de las más potentes que hemos tenido jamás en este país; Clemente supo aunar en la convocatoria veteranía y juventud, talento y sacrificio, para encontrar el equilibrio total y formar una plantilla muy potente.

El torneo arrancó con algunas dudas, tras sendos empates ante Corea del Sur y Alemania; dudas que se despejaron tras certificar el pase a las eliminatorias goleando a Bolivia y pasando por encima de Suiza en los octavos de final. La batalla de cuartos de final ante Italia iba a adquirir tintes épicos. El Foxboro Stadium de Boston fue testigo de uno de los mejores partidos del campeonato. En un choque muy disputado, Caminero pondría las tablas en el marcador igualando el tanto inicial de la gran estrella Azzurra, Roberto Baggio. Tras el tanto del exatlético, España iba a gozar de varias oportunidades claras, entre las que destaca aquella clamorosa de Salinas que se iba a topar con el “muro” Pagliuca. Pero, cuando más cerca estaba el tanto español, una contra primorosa de los italianos, finalizada de forma magistral por Baggio, iba a dejar helados a los nuestros a falta de 3 minutos para el final.

El drama sería aún más acentuado cuando en los instantes finales Tasotti agredía brutalmente a Luis Enrique dentro del área. Al parecer, el colegiado y sus asistentes fueron los únicos en todo el estadio que no vieron la acción, dejando a España entera con una sensación de impotencia que iba a quedar reflejada para la eternidad con las lágrimas de un ‘Lucho’ incrédulo y con la cara ensangrentada.

Los nuestros caían eliminados de la forma más cruel e injusta que se podía imaginar, pero con la sensación de que había equipo para grandes gestas en el futuro. Muchos aún piensan que, de no haber sido por aquel escandaloso robo, España habría alcanzado la final y, muy probablemente, el título mundial.

Regeneración y Eurocopa de 1996

Más que un paso hacia atrás, el palo ante Italia supuso un estímulo para un combinado que se sabía preparado para cotas mayores. Clemente comenzó una regeneración en el grupo con la que dio entrada a algunos de los campeones olímpicos del 92 que se habían quedado fuera en EE. UU. López, Amavisca, Manjarín, Alfonso y ‘Kiko’, junto a los nacionalizados Donato y Pizzi, se unían a la columna vertebral que formaban los Zubizarreta, Hierro, Caminero y compañía, dotando al conjunto español de mayor competencia y calidad dentro del plantel.

La fase de clasificación fue un auténtico paseo, terminando como primeros de grupo por delante de Dinamarca y Bélgica. La Roja llegaba así a la Eurocopa como una de las máximas favoritas a alzarse con el cetro continental.

Sin embargo, la fase de clasificación dejó bastantes dudas sobre si el equipo estaba realmente preparado para competir con las selecciones más grandes. Los dos empates iniciales ante la Bulgaria de Stoichkov y la Francia de Djorkaeff, y la victoria por los pelos ante Rumanía en el tercer y definitivo encuentro, hicieron crecer una cierta desconfianza en torno al grupo de cara al cruce de cuartos de final, donde esperaba la anfitriona Inglaterra.

En Wembley la selección española salió a por todas desde el principio, despejando las dudas desde el primer minuto. Los hombres de Clemente realizaron un auténtico partidazo, dominando a la Inglaterra de Shearer en su estadio fetiche; las ocasiones más claras fueron para los nuestros, pero los minutos pasaban inexorablemente, el gol no llegaba y los viejos fantasmas comenzaban a aparecer. Para más inri, el componente “robo arbitral” volvía a aparecer para aliarse contra España, esta vez en forma de 2 goles anulados de forma injusta. El tiempo reglamentario tocaba a su fin y, luego de los 30 minutos de la prórroga, el electrónico de La Catedral del fútbol británico mantenía el 0-0 inicial.

La historia de lo que ocurrió en los penaltis la llevamos todos grabada a fuego en nuestro interior. Ellos los marcaron todos, por nuestro lado Hierro envió el primero al travesaño, y Nadal convirtió a Seaman en héroe nacional en el último. Otra vez nos volvíamos a casa en nuestro mejor partido.

Nuestra mejor generación de futbolistas hasta la fecha, y una de las mejores de todos los tiempos, se iba a quedar sin ese ansiado título que tanto merecían. Ya fuera por las sospechosas y sangrantes decisiones arbitrales, por la mala suerte, el destino o la alineación cósmica de los planetas, algunos de los mejores jugadores de nuestra historia, véase Zubizarreta, Cañizares, Hierro, Guardiola, Caminero, Luis Enrique o ‘Kiko’, quedaron privados de una gloria que en otras circunstancias hubiesen alcanzado. Sobre ellos quedará, injustamente, el estigma de “jugamos como nunca, perdemos como siempre”.

Ellos son la generación perdida de nuestro fútbol.

Foto de portada: i.bssl.es
Foto destacada: propia

Pablo Ortega

1987. Apasionado del fútbol. Redactor en El Fútbol Es Injusto.

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