El invierno del fútbol

Se acaban de cumplir veinte años desde que se disputara el Mundial de Italia de 1990. Ha sido considerado como uno de los Mundiales menos vistosos debido al fútbol extremadamente defensivo y táctico que se desplegó, algo que se vio reflejado en la cifra goleadora, la más baja de la historia. Quizá fue por los aires que soplaban desde el Este del continente europeo y que llegaron al país transalpino con fuerza. Fue el último Campeonato del Mundo para las selecciones que se desintegrarían en los años venideros.

En el otoño de 1989, se sucedieron una serie de revoluciones que terminaron por derrocar los regímenes comunistas en toda Europa Central y Oriental; desde Polonia se extendió rápidamente a Alemania Oriental, Checoslovaquia y el resto de los estados del Pacto de Varsovia. La repentina ola inesperada de revoluciones arrasó rápidamente con el Telón de Acero que había dividido el continente desde el final de la II Guerra Mundial, simbolizado por la caída del Muro de Berlín.

Eran tiempos turbulentos en la historia del mundo, alterando drásticamente el equilibrio geopolítico mundial. Pero no sólo la geopolítica se vio afectada, el deporte rey no quedó intacto: la Copa Mundial de 1990 y la fase de clasificación para Eurocopa de 1992 revelaron hasta qué punto las revoluciones de 1989 y la consiguiente inestabilidad política afectaron el paisaje europeo del fútbol.

Seis meses después de la pacífica Revolución de Terciopelo que derrocó al Partido Comunista de Checoslovaquia, la selección nacional participó en el Mundial de Italia ’90: su primer torneo importante desde el Mundial España’82. A un grupo selecto de jugadores checoslovacos se les permitió militar en equipos extranjeros antes de los procesos revolucionarios, de entre los cuales el más destacado fue, sin duda alguna, Antonín Panenka, inmortalizado en la historia del fútbol por aquel descarado penalti que ahora lleva su nombre, y que realizó casi la totalidad de su carrera en Austria. Pero en 1990 la situación había cambiado drásticamente: 8 de los 22 que conformarían la plantilla en el Campeonato del Mundo jugaban en la Europa occidental, incluyendo Luděk Mikloško, en el West Ham United, y František Straka, en el Borussia Mönchengladbach. El equipo nacional, que había asegurado la clasificación el día antes de las protestas masivas en Bratislava que marcó el principio del fin para los comunistas, tuvo una actuación admirable en Italia, cayendo en cuartos de final por 1-0 ante Alemania Federal, a la postre, Campeona del Mundo. Tras esta eliminación, Checoslovaquia ya no participaría más en ninguna competición.

En 1990 la Unión Soviética, por su parte, era sólo una sombra de lo que había sido, tanto en su destreza futbolística como en su prestigio e influencia. En el momento de la Copa del Mundo, el Partido Comunista había sido derrotado profundamente en los Estados Bálticos, Moldavia y Armenia en las primeras elecciones en la historia soviética. Los movimientos nacionalistas fueron en aumento en todas las repúblicas, y los líderes del Partido en Moscú luchaban por mantener el control de la Unión. La decepcionante actuación de la selección nacional en el Mundial reflejaba la evolución política que había al volver a casa. Apenas dos años después de alcanzar la final de la Euro ’88, la selección soviética fue eliminada a las primeras de cambio. Después de perder frente a Rumania y Argentina en sus dos primeros partidos, los soviéticos necesitaban vencer a Camerún por al menos cuatro goles y esperar que el Argentina-Rumanía no terminara en empate. Era algo muy complicado, pero Camerún, que había sorprendido al mundo y había derrotado a Argentina por 1-0 en el partido inaugural del torneo, y luego 2-1 a Rumania, ya tenía el pase a octavos, por lo que contra la Unión Soviética se dejó llevar y perdieron 4-0. Sin embargo, el destino soviético no estaba en sus manos, y un empate a uno entre argentinos y rumanos lo eliminó del torneo, siendo la última vez que la URSS aparecería en un torneo internacional importante.

Mientras la Unión Soviética marchaba cojeando hacia una desaparición, en gran medida, pacífica, Yugoslavia estaba al borde del conflicto bélico europeo más mortífero desde la II Guerra Mundial. Tras la muerte de Josip Broz ‘Tito’ en 1980, la República entró en una década de estancamiento económico y aumentaron los sentimientos nacionalistas entre los diversos grupos étnicos. En enero de 1990, el Partido Comunista Yugoslavo se disolvió, y en los siguientes meses los partidos nacionalistas barrieron en las elecciones de Eslovenia, Croacia y Bosnia. El fútbol no era inmune a la creciente politización del país de acuerdo a líneas étnicas. El 13 de mayo de 1990, el Dinamo de Zagreb recibió al Estrella Roja de Belgrado, en un partido que tuvo lugar pocas semanas después de que los partidos croatas proindependentistas se hicieran con la mayoría en las urnas. Es considerado, por los nacionalistas croatas, como el comienzo simbólico de las guerras yugoslavas, ya que ambos equipos se habían asociado con los movimientos nacionalistas de sus respectivas regiones. Durante el partido estalló una revuelta masiva entre los ‘Blue Bad Boys’ y los ‘Delije': los ultras del Dinamo y el Estrella Roja, respectivamente. Es famosa la imagen en la que se ve a Zvonimir Boban pateando a un policía que intentaba detener a un hincha del Dinamo. Como resultado, el medio croata fue suspendido por la selección nacional, pero se convirtió al instante en un héroe nacional.

A pesar de las tensiones latentes, Yugoslavia envió un equipo multiétnico al Mundial de Italia, con jugadores tanto del Dinamo como del Estrella Roja. En la victoria contra España en octavos de final, el once inicial yugoslavo estaba compuesto por cinco bosnios, dos serbios, un croata, un montenegrino, un esloveno y un macedonio. Y aún le quedaría una actuación valiente frente a Argentina en la siguiente ronda. El partido, disputado en el Stadio Artemio Franchi de Florencia, acabó 0-0 a pesar de jugar los yugoslavos con un jugador menos durante 90 minutos. Sin embargo, la tanda de penaltis fue su condena; sería la última aparición de Yugoslavia en el escenario mundial, como equipo de fútbol y como nación.

Los eventos acontecidos fuera de los terrenos de juego ya habían dejado claramente su huella en el fútbol durante la Copa Mundial de 1990, pero tuvo lugar en circunstancias relativamente tranquilas, con la política en el asiento de atrás. Sin embargo, durante la fase de clasificación para el siguiente Campeonato de Europa, celebrado en Suecia en 1992, la normalidad se hizo añicos. Pero esa es ya otra historia.

Foto de portada: fanpicture.ru
Foto destacada: theguardian.com

Jesús Gil

Químico de Barbate en la capital del Reino, Redactor en 'El fútbol es injusto' y 'Toda una amalgama', Autor de 'Radical Barbatilo' y CIBAthletic.blogspot.com, Bonapartista y ¡MADRIDISTA a muerte! Genial, no?

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