‘Diablos Rojos’, desde Flandes hasta Roma

El período comprendido entre 1980 y 1986 es considerado como la primera ‘edad de oro’ de la selección belga: la victoria en el partido inaugural del mundial de España ’82 sobre Argentina condujo a la selección dirigida por Guy Thys a la segunda fase del torneo; mucho mejor papel desempeñaría en México ’86, cuando alcanzaron un fantástico cuarto puesto tras eliminar a España. Pero sin duda la gran irrupción futbolística de Bélgica llegó en la Eurocopa de 1980, disputada en Italia.

Los belgas debieron afrontar un difícil grupo de clasificación en la fase previa, como solía suceder casi siempre por entonces. Escocia y Austria poseían dos buenos bloques, habían participado en Argentina ’78, y partían como favoritos para conseguir la única plaza que conducía a la fase final; además Portugal, cuarta en discordia, comenzó fuerte encadenando dos victorias: una a domicilio sobre los austríacos y otra en casa ante Escocia. Sin embargo, los de Krankl devolverían el golpe a los lusos; lo cual, sumado a una trascendental victoria de los ‘Diablos Rojos’ en Escocia, permitió a Bélgica clasificarse con cuatro triunfos y cuatro empates, aventajando en un punto a Austria, que se quedó con el estéril segundo puesto. De este clasificatorio destacan dos debuts: el del ilustre arquero Michel Preud’Homme en mayo de 1979 —en un empate sin goles frente a Austria— y el de Erwin Vandenbergh en Hampden Park, anotando un tanto en la victoria por 1-3 sobre los escoceses.

Una vez clasificados entre los ocho mejores, los belgas afrontaban un grupo durísimo en Italia con Inglaterra, España y la anfitriona como rivales; a priori, parecía muy complicado superar la liguilla, ya que al disputarse la competición bajo un formato sin semifinales solo el campeón de grupo podía optar al título.

El histórico Jean-Marie Pfaff defendía el marco belga, con un jovencísimo Michel Preud’Homme como tercer guardameta; Pfaff, uno de los mejores arqueros de la década de los 80, destacaba por sus reflejos gatunos y comenzaba a hacerse un nombre a sus 27 años. La línea defensiva contaba con Eric Gerets en su flanco derecho, jugador que sumaba en el plano ofensivo y no ofrecía fisuras en el repliegue. Walter Meeuws actuaba como mariscal, con Luc Millecamps a su lado como central marcador, acostumbrado a desempeñar el papel de perro de presa. Por la izquierda se situaba Michel Renquin, futbolista tácticamente importante por su capacidad para realizar coberturas y sumarse a la línea de mediocampo.

En la sala de máquinas, la batuta la llevaba el veterano Wilfried Van Moer, quien diez años atrás había marcado para su selección frente a El Salvador en el Mundial de México ’70; se le conocía como ‘El Pequeño General’ y era un verdadero líder, aunando características como el buen toque de balón, derroche físico y capacidad para llegar a zona de remate. A su lado aparecía René Vandereycken, zurdo con muy buena técnica y amplio recorrido en la zona central. Ambos constituían el núcleo duro del mediocampo y buscaban habilitar a los hombres que actuaban como extremos. Por la derecha se ubicaba François Van der Elst —nada que ver con ‘Franky’ Van der Elst— y por la izquierda lo hacía Julien Cools. Por aquí se podían intuir los principales defectos de esta selección, con dos hombres de perfil bastante gris: Van der Elst pasaba por mostrarse más incisivo, con una aceptable capacidad para combinar con el eje central, pero ninguno de ellos destacaba por sus condiciones para desequilibrar, aspecto vital para rendir en zona de extremos.

Arriba, Bélgica presentaba a su dinamita ochentera, con Erwin Vandenbergh y Jan Ceulemans, quienes contaban con apenas 21 y 23 años de edad. Vandenbergh despuntó aquel año convirtiéndose en Bota de Oro en su equipo, el Lierse; destacaba por su oportunismo, habilidad con el balón en los pies y gran capacidad de remate. Ceulemans, por su parte, se apoyaba en su imponente potencia física y su espíritu de lucha no exento de gol. Este venía siendo el once básico conformado por Guy Thys, quien también utilizó a otros futbolistas como Raymond Mommens —extremo izquierdo— o René Verheyen —centrocampista—

Tácticamente los ‘Diablos Rojos’ se replegaban de manera compacta, con los puntas bajando a defender a campo propio y los laterales aproximándose a la zona central en muchas ocasiones. Los marcajes individuales provocaban desajustes tácticos y obligaban a los futbolistas a abandonar su zona natural, tendencia que todavía tardaría unos años en desaparecer. La táctica del fuera de juego destacaba como otra de sus señas de identidad, mostrándose eficaz para deshabilitar a los atacantes rivales. En ataque, Bélgica alternaba dos estilos: el primero, el del balón largo hacia los puntas, con Ceulemans y Vandenbergh buscando sorprender a los contrarios. El segundo, el del toque en la sala de máquinas, en la que destacaban Van Moer y Vandereycken, sin demasiada ayuda por parte de Van der Elst y Cools. Todavía no había llegado la época de ‘Enzo’ Scifo, quien muy pronto tomaría el relevo del veterano Van Moer en el apartado creativo. Sin embargo, los ‘Diablos Rojos’ ya sabían combinar en 1980 y surtir de balones a los dos de arriba, jóvenes pero peligrosos. También llamaban la atención las incorporaciones puntuales al ataque de Walter Meeuws, futbolista que no dudaba en abandonar la zaga para conducir el balón decenas de metros.
Lo cierto es que los belgas no acudieron a Italia como comparsas, y plantearon una dura batalla a Inglaterra en el primer partido. Los británicos, comandados por Kevin Keegan, aparecían como claros favoritos, y en el ambiente flotaba la posibilidad de una goleada. Nada más lejos de la realidad, en un encuentro marcado por los problemas con los hinchas británicos, que lanzaron botellas con gas lacrimógeno antes del comienzo. Los de Guy Thys se apoyaron en la movilidad de Vandereycken y Cools para conseguir un empate a un gol que les llenó de moral para pensar que no se iban a convertir en la ‘oveja negra’ del grupo.
Contra España llegaría la confirmación: el gol de Eric Gerets iba a ser equilibrado por ‘Quini’ antes del descanso, pero el fútbol combinativo de los belgas en la parcela central terminaría por imponerse a los de Kubala, con un gol de Julien Cools en la segunda mitad. A partir de ahí, el buen hacer defensivo mantuvo la portería de Pfaff libre de peligro, e incluso generó algunas contras que pudieron incrementar el marcador. Bélgica se impondría por 2-1, y llegaba a la tercera jornada sabiendo que un empate ante la anfitriona le colocaba en la final de Roma.
Frente a los italianos, Guy Thys dejaba en el banquillo a Vandenbergh y situaba de inicio a Raymond Mommens en banda izquierda, volcando a Cools hacia la parcela central. El dominio belga durante la primera media hora fue difuminándose y, como era de esperar, el encuentro terminó con Italia quemando sus naves a la caza y captura del gol que les llevase a la final. Un gol que nunca llegaría, finalizando el partido con un empate que suponía para los ‘Diablos Rojos’ la posibilidad de conseguir su primer título continental.

El 22 de junio de 1980, los de Guy Thys se enfrentaban a la República Federal de Alemania en el estadio Olímpico de Roma. Los germanos, con una trayectoria impecable, asumían el favoritismo: ‘Bernd’ Schuster, ‘Hansi’ Müller, Karl-Heinz Rummenigge, ‘Uli’ Stielike, Horst Hrubesch… Alemania llegaba con un equipo fortísimo, sin duda el más potente de aquella Eurocopa. Los belgas plantaron cara, pero su rival demostró tener más dinamita. Pese al gol de Hrubesch tras excelente combinación con Schuster, un gran Jean-Marie Pfaff mantuvo a los suyos en el partido con varias intervenciones de mérito. Un error arbitral al señalar como penalti una falta que claramente se produjo fuera del área permitió el empate de Vandereycken con 20 minutos por delante. A partir de ahí se vivió un choque de ida y vuelta, que finalmente decidió un cabezazo de Hrubesch a dos minutos del final, en la única jugada en la que Pfaff no estuvo afortunado. Los ‘Diablos Rojos’ habían competido, pero claramente les faltaba pólvora para hacer daño a los germanos.

El subcampeonato en aquella eurocopa suponía un hito en la historia del fútbol belga. Permitió, además, establecer una base que tendría continuidad con nuevos éxitos durante los seis años siguientes que culminarían en las semifinales del mundial de México ’86.

A día de hoy la luz vuelve a brillar en el horizonte futbolístico de Bélgica: tras muchos años de oscuridad, los cuartos de final alcanzados el pasado verano en Brasil permiten soñar con repetir, o incluso superar, las cotas alcanzadas en la década de los 80, aunque de momento sólo se puede pensar en lograr la clasificación para la eurocopa de Francia. Cuando este objetivo se consiga, quizá se puedan plantear metas más ambiciosas, como las que logró la Bélgica de Guy Thys, que en 1980 sorprendió a Europa alcanzando una inesperada final.

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José Luis Rodríguez

Me encanta el deporte en general y el fútbol en particular. Soy fan del Celta y enamorado del fútbol de selecciones. Holanda de Cruyff, Brasil de Tele Santana, Colombia de Valderrama o Francia de Zidane son solo algunas de mis favoritas.

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