Jürgen Klopp cierra la puerta

El reloj marcaba próximo al mediodía en la fría ciudad de Dortmund; el sol intentaba adentrarse, tibio, entre los edificios, mientras el tránsito ya se hacía fluido en las arterias principales. Pese a la rutinaria escena, algo indicaba que no sería un día cualquiera en Alemania: el Borussia Dortmund anunciaba una rueda de prensa fijada para la una del mediodía, con su técnico, Jürgen Klopp, como tema único y relevante de dicha comparecencia.

Un escalofrío heló Dortmund de un portazo, las arterias principales parecieron detenerse en aquellos instantes y el tibio sol apagarse como el que pulsa un interruptor. Con rostro serio, el técnico alemán confirmaba los peores presagios: abandonaría el club a final de temporada.

De la nada al todo

Jürgen Klopp ejerció en Dortmund un poder colosal de esperanza. Fue aquel hermano mayor que aupó a un equipo que había perdido todo el prestigio y que vagabundeaba por la Bundesliga con más pena que gloria. Klopp, bajo el destello de sus gafas, pudo inculcar el reflejo de aquel equipo que en 1997 tumbó a la Juventus: el espíritu de los Sammer, Chapuisat, Köhler y compañía emanaba de cada una de las palabras de la fe más rotunda, del convencimiento más sincero, para volver a levantarse y llenar de alegría más de 80.000 corazones rotos.

Aquellas palabras fueron una gigantesca pastilla efervescente dentro de un océano. El Dortmund volvió a situarse en el epicentro de los grandes europeos en apenas 4-5 años; en referente de grandes noches, relegó a la sombra a su máximo rival, el Bayern, en el campeonato doméstico, consiguió ser el ogro del Madrid de Mourinho en aquel recital de Lewandowski, y obligó a hincar rodilla al poderoso Manchester City para plantarse en una final de Champions.

Jürgen jamás manejó grandes plantillas, pero supo hacer grandes a los suyos. Con una sonrisa eterna, capeaba el temporal en situaciones críticas, como cuando el Bayern Munich le desmantelaba a sus pilares fundamentales (Göetze y Lewandowski), y con aquel famoso “volveremos” tras caer derrotado en la final de Champions prometió dar guerra, lamerse las heridas y preparar nuevos asaltos. Pero el equipo no tenía la fluidez ni la intensidad de antes: deambulaba por la Bundesliga mientras se desangraba partido a partido. Derrota a derrota, el equipo de Klopp había perdido juego, fútbol y lo más importante de todo: identidad.

Durante toda su estancia en el club, el entrenador siempre se aferró al sentimiento, al fútbol caliente que te mantiene vivo, alejado de aquella frialdad de resultados y estadísticas; Klopp quiso transmitir una quimera romántica de morir matando, de ser alegres sin mirar al luminoso. Lo épico de todo aquello es que lo consiguió: durante aquellos maravillosos años, el Signal Iduna Park latía a un ritmo frenético, enfermizo y desbordante de pasión y vértigo. Afición y equipo se mezclaban bajo los latidos de aquella figura bohemia del área técnica que tenía más pinta de científico loco que de entrenador de fútbol.

Y cuando aquella chispa dejó de brotar, aquel “volveremos” se transformó cada vez más rápido en una cita melancólica y utópica. Klopp aglutinó ante él un ecosistema de supervivencia exitoso; su pasión fue tan mayúscula que devoró al club, para bien y para mal. El Borussia vivió peligrosamente aquellos años de locura y desenfreno, multiplicando las alegrías por cada desgracia acumulada. Todo fue merecido, pero ahora se antoja difícil encajar el gran vacío que dejará su ausencia, las enormes toneladas que pesará su sombra. En junio, el bueno de Jürgen agarrará el pomo y cerrará la puerta. No sabemos si será para siempre, pero deja tras él un equipo que marcó época y 80.000 corazones agradecidos.

Foto de portada: sport.gentside.com
Foto destacada: elgoldigital.com

Yasser Tirado

Escritor que pretende hacer del fútbol una literatura de mesilla de noche, un enfoque distinto entre la densa niebla. Podéis ver mis proyectos en www.memoriasdeunbar.com

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