Eden Hazard, compromiso 10

Cuando Roman Abrahamovich llegó a Londres en 2004 dispuesto a comprar el Chelsea, tuvo claro desde un primer momento que necesitaba un líder, un faro que guiara con su juego y su fútbol a los blues hasta lo más alto del top europeo.

Fueron años convulsos; con la llegada del magnate ruso a la capital del Reino Unido, una oleada de jugadores a golpe de talonario fueron desembarcando en las orillas del Támesis. Se decía que muchos llegaban hasta por el triple del valor de mercado, pero era tal la solvencia económica del nuevo dueño que no parecía importarle; su objetivo era conseguir un equipo de élite para pelear por los grandes objetivos (principalmente la Champions League). Pero, en las Islas, la sombra del Manchester United de Ferguson era aún demasiado alargada como para romper aquella hegemonía.

No obstante, el Chelsea consigue alcanzar objetivos (FA Cup, Premier o Champions League), pero no con la solvencia ni con la contundencia con la que su dueño puede poner una cuantía ilimitada de ceros para hacerse con los servicios de cualquier estrella. El Chelsea tenía buenos jugadores, pero no estrellas de clase mundial, ni por supuesto un timón de futuro, ya que Lampard o Terry comenzaban a dar síntomas de no poder estar mucho tiempo al máximo nivel.

La búsqueda de un líder

Es así como se ponen los ojos en un chico menudito de La Louvière, una región francófona de Bélgica situada en la Región Valona, en la Provincia de Henao. Por aquel entonces, Eden Hazard ya triunfaba en Ligue 1 con el Lille, equipo en el que consigue doblete, y es nombrado mejor jugador joven en la temporada 2011/2012. Su carrera ascendía de forma meteórica y no pudo rechazar la oferta tentadora del Chelsea, que se hizo con sus servicios en 2012 por la cuantía de 40 millones de euros, convirtiéndose en el tercer fichaje más caro de la historia del club.

Hazard llegó al Chelsea como una apuesta de futuro, para ser ese jugador desequilibrante que marcase las diferencias entre lo divino y lo humano, en esa exquisita mezcla de electricidad y músculo. El belga es el jugador más talentoso de una excepcional camada, con mimbres de hacer algo grande para su país, al que se arropa con futbolistas de la talla de Courtois, Lukaku, Fellaini, Kompany, Januzaj o De Bruyne entre otros.

Las temporadas han ido pasando y el talento de Eden Hazard crece de manera mayúscula; Stamford Bridge ha fijado su mirada en el que hoy lleva el dorsal 10 para una importante tarea, un peso que no todo el mundo sería capaz de llevar: ser el líder del Chelsea. Pero el belga sabe perfectamente que no le exigirán ser un líder cualquiera: los hinchas le exigirán ser el icono y bandera del club, el nombre más coreado, el más esperado en los momentos difíciles, el que saque la cara cuando pisen el escudo de la capital, el jugador al que todos los niños quieran elegir en los recreos del colegio. O lo que es lo mismo: deberá ser una leyenda.

Con la alargada sombra de Frank Lampard merodeando por Fulham Road, y ante los incesantes cantos de sirena provenientes de otros países, Hazard, con semblante frío y confiado, estampó su compromiso de “sangre” hace algunos días con el Chelsea hasta el año 2020, sabiendo que en aquellos surcos de tinta, parecidos a sus driblings endiablados, iba más que un compromiso mercantil o un contrato laboral: iba el vínculo a una afición que lo amará hasta la posteridad y lo convertirá en leyenda.

Yasser Tirado

Escritor que pretende hacer del fútbol una literatura de mesilla de noche, un enfoque distinto entre la densa niebla. Podéis ver mis proyectos en www.memoriasdeunbar.com

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